Quien más, quien menos podía imaginar que lo que sucedió iba a pasar. Constantemente llegan imágenes de las llamadas barras bravas que ponen los pelos de punta. Hinchas de un solo color que agreden a quien viste otra camiseta, que asaltan coches, que tiran piedras. Hinchas que matan.

Una lástima que Argentina, a la que adoramos por dar al mundo del deporte tantas hermosuras de la talla de Gabriela Sabatini, Vilas, Ginobili, Del Potro, Fangio, o de la cultura en general como Darín, Borges, Campanella, Gardel, y tantos otros, siga viviendo esa violencia, pero, sobre todo, que no haga nada para acabar con ella.

En Europa vivimos una época así. Los hooligans sembraron el terror en Heysel, y también en Hillsborough, y en España vivimos acontecimientos parecidos. Muertes fuera y dentro de los estadios. Pero los gobiernos y los clubs intervinieron decisivamente para desterrar esa grave enfermedad, de la que ningún país ha logrado vacunarse del todo porque en el fondo es un problema de la propia sociedad, no del fútbol.

Desde el mismo momento que se supo que la final de la Copa Libertadores –la Champions de América- la disputarían Boca y River, más de un argentino, y ciudadanos de otros mundos, imaginaron que lo que pasó podía pasar. Hasta el propio Gustavo Macri, presidente de Argentina, llegó a decir que prefería otra final antes que ese clásico.

Pero, sin embargo, en el millón de tertulias que tienen las cadenas de televisión y las radios argentinas nunca se habló de la existencia de desalmados, de esas barras bravas que empañan y destrozan cualquier pensamiento idílico del fútbol. Solo apostaban a ver quién adivinaba las alineaciones. Nunca hubo una entrevista a los servicios de seguridad, a los que ahora se ataca con bravura. Y creo, sinceramente, que la prensa tiene que advertir de estas cosas.

La Conmebol, organismo equivalente a la Uefa, tiene que actuar duramente. Sin un muerto, Argentina ha experimentado su vergüenza. No tiene que esperar un día más para echar del fútbol a los violentos. La prensa argentina fue débil en la crítica a Gallardo, técnico de River, cuando este violó el reglamento y se presentó en el vestuario de las semifinales contra Gremio para dar instrucciones a sus jugadores cuando estaba suspendido. La prensa argentina tiene que dejar de alabar a ese Maradona, que tanto nos encantó, pero que ahora va por la vida borracho o drogado.

Argentina tiene que darse cuenta que su mejor modelo hoy en día se llama Leo Messi. Argentina tiene que dejar de llorar por sucesos como los de la tarde del 24 de noviembre.