La metamorfosis del Barça es imparable. Desde que Pep Guardiola dejó el banquillo en 2012, el conjunto ha ido perdiendo poder de creación, control en el centro del campo, dominio y carácter competitivo. Pese a ello se han seguido ganando títulos, una Champions y cinco Ligas, entre otros. Pero esa transformación paulatina ha alcanzado su máxima expresión con Ernesto Valverde a los mandos.

El Txingurri, fuertemente discutido por un amplio sector del barcelonismo a raíz de las trágicas derrotas de Roma y Anfield, tiene muchas virtudes útiles para entrenar a un equipo de la exigencia del Barça. A parte de buen gestor de egos, suele acertar con los cambios para invertir las dinámicas de los encuentros.

Sin embargo, lo más llamativo del Barça de Valverde para culminar la obra de Luis Enrique es que ha sabido mejorar al Real Madrid en una de sus grandes señas de identidad históricas: la pegada. Los azulgranas ya no necesitan dominar de cabo a rabo los partidos para ganar. Les basta con la ferocidad de sus delanteros y el acierto de un portero soberbio.

Con un centro del campo a menudo partido, el Barça ahora es un equipo muy fuerte en las áreas, capaz de doblegar a cualquier rival y habituado a vivir al límite del abismo. Asume demasiados riesgos que, en ocasiones, salen muy caros.

Esta dinámica, in crescendo desde que el técnico extremeño se hizo con las riendas del equipo, parece haber alcanzado su máxima expresión este curso. Más de dos meses de competición después, nos hemos acostumbrado a un espectáculo del todo impredecible. Una escuadra de dos caras claramente diferenciadas.

Capaz de lo mejor y de lo peor, el nuevo Barça tiene fases de juego en que todavía logra deleitar por momentos. Pero tan pronto encadena 15 minutitos de música celestial, como de repente se pasa al reguetón y se desinfla cual globo pinchado para sumirse en la más absoluta de las mediocridades futbolísticas.

Lo vimos contra el Slavia de Praga (1-2), contra el Villarreal (2-1) o, en menor medida, contra el Valencia (5-2), tres partidos de arranque fulgurante y desconexión. Otros choques como los de Osasuna, donde los azulgranas no supieron administrar la ventaja favorable del segundo tiempo, Inter, Getafe o Sevilla también estuvieron marcados por clamorosos altibajos.

Pocos encuentros, por no decir ninguno, han dejado al buen culé un poso exento de dudas. Probablemente en Eibar se vio la mejor en lo que va de curso y fue jugando a atacar los espacios. En cambio, ha habido varios en los que prácticamente no se salvó nadie salvo Ter Stegen. San Mamés, Dortmund, Granada y Praga son los ejemplos más obvios de las dificultades que arrastra este Barça bipolar, cuyo peor síntoma es que, pese a ser imprevisible, casi siempre aburre.