La nueva Supercopa es más atractiva, aunque la final la jueguen los dos equipos invitados, porque ni Real Madrid ni Atlético ganaron la Liga ni la Copa de la pasada temporada. Sería conveniente que se jugara en un país más amable, o incluso en España, pero el formato actual aumentará las cuotas de audiencia y los ingresos publicitarios, parámetros sobre los que se sustenta actualmente la industria del deporte.

La Supercopa ha constatado algunas evidencias y ha apuntado cosas interesantes. El Real Madrid, hoy, es un equipo bien trabajado, con margen de mejora, con muchos recursos y una ambición que parecía haber perdido en los últimos cursos. No estuvo hábil en la sustitución de Cristiano Ronaldo, ahora hace un año y medio, pero su plan renove es muy interesante. Hoy va un paso por delante del Barça.

El Atlético no tiene la chispa ni el equilibrio de antaño, pero sigue siendo un equipo competitivo, incluso en los peores escenarios. Superado por un Barça clarividente con la pelota, supo revertir un partido que tenía muy mala pinta. Le bastó un cuarto de hora final para golpear a su rival. Físicamente pareció superior, pero la clave estuvo en su poder de convicción. En la cabeza.

El Valencia, con muchas convulsiones, interpretó un papel muy secundario en su semifinal contra el Real Madrid. No se esperaba mucho más del equipo de Celades.

¿Y el Barça? Pues el Barça fue, globalmente, mejor que el Atlético, pero se desmoronó al final y regaló el primer gol. Comenzó con un minuto de retraso el segundo tiempo y lo terminó 15 antes de que acabara el partido. Hasta entonces, tenía acorralado al grupo de Simeone, con un Messi omnipresente y muy activo, sin sus habituales desconexiones.

Messi, como siempre, sostuvo al Barça. Se movió muy bien entre líneas y repartió mucho juego. Cuando se quedó sin gasolina, llegaron los problemas, retratados por una defensa en horas bajas. Piqué ya no es el Piqué imperial, Umtiti tampoco es fiable y Sergi Roberto y Alba son mucho más solventes en ataque que en defensa. El agotamiento de Sergio Busquets también pasó factura.

El Barça se desmorona día tras día. Necesita una terapia de choque que Bartomeu rechazó el pasado verano. Valverde aporta calma y pragmatismo, pero no transmite adrenalina ni ilusiona. El Barça necesita un técnico valiente, con orden y mando, que mire hacia la cantera y, sobre todo, tiene que olvidarse de Neymar, un ex futbolista de primer nivel que contaminaría, y mucho, el actual ecosistema azulgrana. Si Messi lo quiere tener cerca, que lo invite a un asado en su casa.