Orgulloso de su pasado más reciente y glorioso, el Barça vive al día y aplaza una reconversión necesaria que será más drástica cuanto más lenta sea su puesta en escena. Agarrado a Messi, el equipo maquilla sus arrugas, pero cada año que pasa es más previsible y menos atractivo. Ya no seduce ni impresiona. El miedo a vender a sus estrellas frena una renovación que pasa por el fichaje de futbolistas top y no simples complementos como Arturo Vidal o Malcom. Porque lo de este verano, en el que se han ingresado 50 millones por Digne y Yerry Mina, es poco menos que un milagro que difícilmente tendrá continuidad.

El Barça, desde hace años, está en manos de Messi. En el campo nadie cuestiona su autoridad, pero más discutible es su influencia en las altas esferas. El astro argentino manda mucho y tanto Bartomeu como Valverde saben que no hay nada más peligroso que enojar al 10. Ocurre, sin embargo, que los deseos de Messi no siempre se corresponden con las necesidades reales del Barça, un club muy generoso en las retribuciones a sus futbolistas.

Este curso, Valverde ha modificado su guion para adaptarlo a los designios de Leo. Con tres delanteros, el equipo se resquebraja porque falta intensidad y compromiso en la recuperación. Solo en citas muy exigentes y atractivas, como la de hace una semana en Wembley, el Barça recupera su mejor versión. Cuando el entusiasmo mengua, el orden se transforma en caos y tanto centrocampistas como defensas quedan muy expuestos. Retratados.

Arthur (1d), Jordi Alba (2d), Ivan Rakitic y Leo Messi celebran el gol de este último ante el Valencia en la jornada 8 de la Liga 2018-19 / EFE

Arthur (1d), Jordi Alba (2d), Ivan Rakitic y Leo Messi celebran el gol de este último ante el Valencia en la jornada 8 de la Liga 2018-19 / EFE

Arthur (1d), Jordi Alba (2d), Ivan Rakitic y Leo Messi celebran el gol de este último ante el Valencia en la jornada 8 de la Liga 2018-19 / EFE

El Barça, debilitado por el paso del tiempo, ya no es fiable. Es un equipo de momentos, pero no de rendimiento continuado. Desmotivado en la Liga y obsesionado con la Champions, la plantilla quiere (o eso parece) jugarse todo el curso a una carta, un plan que ha dado grandes alegrías en el Bernabéu pero que nunca ha funcionado en el Camp Nou.

Hoy, ni la empanada del Madrid de Lopetegui alivia los males de un Barça que chirría demasiado. Con un fútbol menos exquisito y elaborado (normal, tras perder a Xavi e Iniesta en tres años), el equipo ya no es expeditivo en las áreas. Piqué no parece tener la cabeza en su sitio y las rodillas son un lastre para Luis Suárez, a quien su carácter combativo no le basta cuando pierde precisión y velocidad. La edad pasa factura y la sequía del uruguayo, para mayor escarnio, coincide con la espectacular productividad de Paco Alcácer en Dortmund.

En el Barça solo Messi es imprescindible. El resto, son futbolistas terrenales. El club no puede vivir, eternamente, de las rentas del pasado. En los próximos meses se tendrán que tomar medidas drásticas e impopulares. Falta definir un plan y aplicarlo a rajatabla, sin sentimentalismos ni temores. Rechazar los 80 millones de euros que ofrecía el PSG por Rakitic fue un error de cálculo que no puede repetirse. Al Barça no le queda otra que renovarse o morir.