El barcelonismo está exultante, en estado de levitación, tras la doble victoria de su equipo en el Santiago Bernabéu y, sobre todo, por el fiasco del Real Madrid contra el Ajax en la Champions. La caída blanca, inesperada, ha sido muy celebrada en el Camp Nou, síntoma inequívoco de que no hay dios que cure la endémica madriditis de la hinchada culé, incapaz de festejar la Liga y la Copa si el eterno rival ganaba la Champions.

En la habitual montaña rusa de emociones que vive, año tras año, la afición del Barça, los fracasos del Madrid favorecen una visión más optimista de la vida. Hace apenas un mes, en el Camp Nou se instaló un sentimiento de fatalismo parecido al de épocas pretéritas. El eterno rival parecía poner la directa en la Liga, tenía la final de la Copa bien encarrilada y nadie dudaba de que fulminaría al Ajax en la Champions. Los empates con el Valencia y el Athletic sembraron el pánico entre la masa social barcelonista.

Muchos socios del Barça, sobre todo los que ya tienen una edad, nunca podrán olvidar los años duros de su infancia. En los años 60, una victoria en la Copa del Rey era motivo de una gran celebración. No digamos ya una Recopa. Y, mucho menos, una Liga. Soñar con la Copa de Europa era mucho soñar, motivo de alguna depresión memorable, como la provocada por la final de Sevilla. Ese recuerdo de los años duros, ese pesimismo histórico, se impregnó en muchos aficionados y el miedo no se evaporó hasta la segunda victoria consecutiva en Madrid.

El sueño 

Hoy, los culés sueñan con el triplete. En grande. Solo un batacazo del Barça puede cambiar la historia de la Liga y el equipo de Valverde tiene tantos o más números que el Valencia para ganar la Copa. En la Champions parece que no existía otro rival que el Madrid y pocos reparan que la máquina azulgrana chirría más que otros años.

El Barça de Valverde es menos letal que el de Luis Enrique que ganó la quinta Champions de la historia del club. La actual versión de Leo Messi es menos estelar que la de hace cuatro años y Luis Suárez tampoco es el delantero que finiquitaba cualquier duelo con su pegada y carácter depredador. Su rendimiento actual es mucho más discontinuo y Manchester City, Manchester United y Liverpool o Bayern le pueden pintar la cara. Incluso el Lyon puede darle un disgusto.

La euforia no es una buena aliada para el Barça, que en 2010 ya se quedó a las puertas de una final de la Champions en Madrid. La crisis blanca no puede distraer al grupo de Valverde, un tipo muy sensato que hace un año fue zarandeado tras la triste noche de Roma y ahora es ensalzado por su pragmatismo. Su éxito dependerá del compromiso de sus alumnos y, sobre todo, de la magia de Messi.