Lo recordaba justo antes de que la expansión del coronavirus en España obligase a decretar el Estado de Alarma, imponer el confinamiento y blindar el país. El pasado martes 10 de marzo, en el Círculo Ecuestre de Barcelona. Josep María Bartomeu acudió en su condición de presidente del Barça y contestó a todas las preguntas de Santi Nolla en una entrevista sin filtros, dónde pese al tono distendido de la conversación no se quedó nada en el tintero.

Haciendo balance de sus años al frente del club, Barto comentó con naturalidad el complejo camino, plagado de obstáculos, que le había llevado a estar aquel mediodía sentado, charlando con su habitual tono afable, en aquella sala: “Cuando lo pienso me digo: ‘Madre de Dios’…”.

Aunque ya se habían filtrado informaciones que avalaban una posible conspiración contra el presidente, todavía no se podía imaginar la que se le venía encima. Minutos antes de ofrecer esa charla había compartido mantel con Emili Rousaud, a quién se refirió, sin pronunciar su nombre, de la siguiente manera: “Ya tenemos una persona que será el continuador de este proyecto, oficialmente aún no se sabe, pero oficiosamente sí”.

Mucho se torcieron las cosas en un mes de encierro. Con seis directivos menos, pero con el apoyo de los otros 13 –y los que vendrán–, Bartomeu tiene claros sus objetivos. También los avanzó en aquella comparecencia: “Lo acabaremos todo en 2021, cuando habrá evidentemente elecciones a la presidencia del Barça. Mi responsabilidad es acabar el mandato y la llevaremos hasta las últimas consecuencias”.

No será fácil, pero... ¿qué lo ha sido desde que Bartomeu se hizo con la presidencia? Asumió el cargo en plena explosión de la primera crisis vinculada al fichaje de Neymar, y la sorteó. Luego llegó la crisis de Anoeta, y no solo la superó sino que obtuvo el crédito necesario en unas elecciones donde acaparó el 54,63% de los votos (casi 26.000 papeletas) para mantenerse en el cargo otros seis años. Sobrevivió como pudo a dos nuevas crisis vinculadas a Neymar –la condena penal al club y la marcha del astro brasileño al PSG– y luego se mantuvo firme contra el vendaval de críticos tras las dolorosas debacles de Roma y Anfield.

También le tocó afrontar la trágica muerte de Tito Vilanova después del sufrimiento que supuso el cáncer de Eric Abidal y el doloroso adiós de Pep Guardiola, aún como vicepresidente deportivo. Posteriormente, hubo que despedir a grandes mitos del barcelonismo como Puyol, Xavi o Iniesta y tratar de reconstruir un equipo que fue invencible y que será irrepetible.

Entre medias, Bartomeu tuvo que pelear duramente con la FIFA y asumir a regañadientes una grave sanción de dos ventanas de mercado sin fichajes por la contratación de futbolistas menores de edad. Una batalla que llegó a las altas instancias del TAS sin resultado favorable. También se obtuvo un veredicto contrario en la acción social de responsabilidad civil impulsada durante la presidencia de Rosell contra la última junta de Laporta. Y a día de hoy todavía se investiga el trasplante del hígado de Abidal y se pleitean en los juzgados otros casos vinculados a Neymar.

A ello, hay que sumar polémicas aisladas como el intento fallido de modificación del escudo y la gestión del papel del Barça en una situación tan delicada como la que está atravesando Catalunya estos últimos años con el Procés. Los hechos del 1 de octubre de 2017, con la disputa del partido contra Las Palmas a puerta cerrada, y el posicionamiento tras la sentencia contra los políticos encarcelados han sido los episodios más señalados, aunque en este caso Barto sale airoso y reforzado. 

Este último año, sin embargo, está siendo el más difícil de todos. La mala dinámica de juego del equipo llevó a tomar una decisión lógica que fue más dolorosa por dos motivos, el retraso y las formas: Ernesto Valverde fue despedido. Llegó Setién de entre las vacas y se comió una deficitaria gestión del mercado de fichajes de invierno que debilitó claramente la plantilla. Y entonces estalló un nuevo escándalo, el Barçagate, que provocó un cócktel explosivo con el coronavirus, el posterior ERTE a los trabajadores del club, con rebaja salarial a los futbolistas incluida, y la definitiva crisis institucional saldada con seis dimisiones.

Más de seis años después de asumir la presidencia, al Barça de Bartomeu le ha pasado absolutamente de todo. Pero ni los errores cometidos ni las innumerables y despiadadas críticas han apartado al presidente de su objetivo de hacer algo “bueno para el Barça”. Se le juzgará cuando acabe su obra, dentro de un año. Mejor para unos que para otros, Barto resiste. Con su habitual sonrisa imperturbable en el rostro. Contra viento y marea.