Nunca llueve a gusto de todos. Y menos, en Barcelona.

Sin embargo, la lluvia hizo acto de presencia este lunes triste en que el Tribunal Supremo condenó a 12 políticos catalanes a más de 100 años de prisión y provocó, con su dictamen, que mucha gente saliese a las calles a protestar, generándose altercados, disturbios, peleas y represión. Seguramente, esas gotas fueron alivio para muchos. 

Josep María Bartomeu, presidente de la entidad no gubernamental más importante de Catalunya, lideró un mensaje contundente desde primera hora, en cuanto se publicó la sentencia del Procés. Y no fue del agrado de todos. 

El FC Barcelona, símbolo más allá de lo deportivo, proclamado como el ejército desarmado de Catalunya por la virtuosa pluma de Manuel Vázquez Montalbán, no eludió un papel que lleva arraigado por historia. Y, como siempre, motivó las más ásperas críticas desde los más diversos sectores. 

Ataques que escenifican la consolidación de un equilibrio institucional que batalla por representar a su amplia y heterogénea masa social. Desde el catalán más independentista de Santpedor, al culé más español que habita en La Castellana. 

El Barça vive en una neutralidad tensa donde evita posicionarse a favor del Procés, pero se manifiesta en contra de unas condenas altamente polémicas. Cuestionadas desde el ámbito jurídico por ampararse, el Supremo, en la sedición tras ser descartado el delito de rebelión. 

Tampoco la sentencia es del gusto ni de los unos ni de los otros. Mientras la indignación más feroz mueve a las masas no solo independentistas, sino catalanistas y demócratas, otra parte del espectro social se muestra indignado, precisamente, por la inexistencia del delito de rebelión. 

Con el mensaje del club, orquestado por su presidente tras ser debatido, largo y tendido, en junta directiva con carácter previo a la sentencia, ocurre lo mismo. Cargan los indepes, encarnados en Laporta, y cargan desde Madrid, donde recuperan incluso tuits que Bartomeu publicó en 2015 esquivando el conflicto. 

Del mismo modo sucedió cuando, tras los incidentes del 1 de octubre, el Barça optó por jugar el partido de Liga contra Las Palmas a puerta cerrada. Una protesta del todo insuficiente para los independentistas, partidarios de no jugar, y para los unionistas, criticando al club de estar politizado por no mantenerse impasible. 

Bartomeu y su Barça seguirán estando en el centro de la diana de incontables enemigos. Sin embargo, tan solo el hecho de haber aglutinado los vítores de opositores como Víctor Font, Agustí Benedito y Toni Freixa –independentistas los dos primeros– invita a pensar que esa reacción rauda y veloz, crítica sin ser destructiva, recoge el sentir de muchos barcelonistas más silenciosos que los ruidosos extremistas. 

El presidente azulgrana demuestra, una vez más, la capacidad de sobrevivir en la delgada línea roja que separa a una sociedad enfrentada.