El defensa central Andreas Christensen, del Chelsea, se convertirá, si nada se tuerce, en el primer fichaje del Barça 2022-23. Su incorporación es fundamental para reforzar una posición que quedó coja con la retirada de Carles Puyol. No será por falta de alternativas: Bartra, Mascherano, Vermaelen, Umtiti, Lenglet, Araujo, Eric, Mathieu, Yerry Mina, Murillo, Todibo…, pero no hay manera de encontrar una pareja solvente para la retaguardia, ya sea por lesiones, por expulsiones o por bajo rendimiento. Y el equipo se resiente, sobre todo en la Champions. Sin embargo, este no es el asunto. La cuestión es que Christensen llega como agente libre. El Chelsea no verá ni un euro por él. Es el fútbol actual.

En el fondo, esta práctica es una vuelta a los orígenes, cuando la estructura del fútbol era amateur. Entonces, llegaba el responsable de un club, convencía al jugador en cuestión y aquí paz y después gloria. Sin intercambio económico de por medio, porque el balompié era un divertimento, una pasión, y así lo entendían todos los actores. Y, poco a poco, la cosa se fue profesionalizando y se fue asumiendo que había que compensar de algún modo a los equipos por la adquisición de sus activos. No fue un camino fácil ni rápido. Durante un tiempo, esa compensación consistía en un partido de fiesta mayor. Así lo hizo el Barça, por ejemplo, con Pepe Escolà, Estanislau Basora y Josep Seguer. De hecho, los incorporó sin coste alguno, pero pactó con el Sants, el Manresa y el Parets, respectivamente, sendos encuentros de exhibición para que estos clubes recaudaran la taquilla. Hay que considerar que eran tiempos complicados, recién superada la Guerra Civil. Era incluso difícil vivir del deporte en exclusiva.

Más adelante llegó el boom y comenzaron a pagarse cantidades desorbitadas por ciertos jugadores –pero nada comparado con lo vivido en estos últimos años–. Como anécdota, Manuel Parera, histórico jugador del Barça entre 1926 y 1936, se indignó cuando supo que el club había pagado unos 100 millones de pesetas por Johan Cruyff en 1973. Lo consideraba fuera de lugar, él que en sus tiempos se tenía que levantar a las cinco de la mañana para ir a entrenarse con el Barcelona en bicicleta antes de comenzar su jornada laboral. Lo que ha venido después todos lo sabemos. Con decir que el fichaje de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid, que en 2009 batió todos los récords (96 millones de euros), ya no está ni entre los 10 más elevados de la historia… Aquí los agentes de jugadores tienen mucho que decir, porque en numerosas ocasiones priorizan sus bolsillos a las carreras de sus representados. Y las operaciones se encarecen y se disparan.

Así hemos llegado al momento actual. El modelo era insostenible y la pandemia, primero, y la guerra ahora, llevan a los clubes a buscar fórmulas imaginativas para reforzar sus plantillas sin gastar demasiado dinero. Cada vez son más habituales los fichajes de jugadores que quedan libres porque finalizan sus contratos –aunque ello no quiere decir que sean gratis, ya que estos futbolistas acostumbran a recibir una generosa prima de fichaje de parte de su nuevo equipo–, como es el caso de Christensen. Ni un partido de fiesta mayor para compensar al club de origen. Cómo hemos cambiado.