Cinco años ya sin Tito Vilanova. El 25 de abril de 2014 falleció el técnico que relevó a Pep en el Barça. Ni tan siquiera pudo disfrutar su único año como máximo responsable del equipo azulgrana, víctima de un cáncer cruel que se le detectó cuando todavía era segundo entrenador. En el recuerdo siempre quedará que fue el ideólogo del gran Barça que lideró Guardiola, con quien terminó enfrentado por un problema de egos, y que era una persona recta, con mucha personalidad.

Guardiola y Vilanova construyeron, probablemente, el mejor Barça de la historia. Pep era la figura, el líder carismático, la imagen. Tito era el complemento ideal, el mejor socio, el técnico que mejor descifraba el juego del equipo y de los rivales. Tal era su capacidad analítica que Andoni Zubizarreta, entonces director deportivo, lo tuvo claro cuando Guardiola le comunicó que finiquitaba su ciclo como entrenador del primer equipo. La mejor solución estaba en casa y era Vilanova.

La elección de Zubizarreta, tan sencilla e ingeniosa, resquebrajó la amistad entre Pep y Tito. El primero optó por tomarse un año sabático, convencido de que su ayudante le secundaría y que el Barça ficharía a un técnico de prestigio. El problema estalló cuando Vilanova comunicó a Guardiola la oferta del club. Supuestamente, y sin el menor entusiasmo, Pep dio vía libre a su compañero para que asumiera la responsabilidad de liderar el nuevo proyecto azulgrana.

La amistad saltó por los aires y ambos estuvieron muchos meses sin hablarse. El destino, además, quiso que ambos se reencontraran en Nueva York, ciudad escogida por Guardiola para desconectar del fútbol y a la que acudió Vilanova para tratarse de su grave enfermedad. Ese día hubo más reproches que buenos deseos y las tensiones estallaron el día que sus respectivas esposas coincidieron en Central Park. Ese día, Montse Chaure se despachó a gusto con Cristina Serra, con palabras muy subidas de tono en el parque favorito de los neoyorquinos para tomarse un descanso.

La historia, lamentablemente, nada dirá de lo que pudo ser el Barça con Vilanova. Antes de que recayera de su enfermedad, el equipo completó una primera vuelta maravillosa, de récord: 18 victorias y 1 empate. El Barça ganó la Liga de calle, pero fue zarandeado por el Bayern en la Champions. En julio de 2013, la enfermedad golpeó de nuevo a Tito.

En su única temporada como máximo responsable técnico del Barça, Tito se ganó el respeto de los futbolistas, que acabaron saturados, por no decir hartos, de Guardiola. El equipo, liderado por Messi, era reconocible por su voracidad ofensiva y su intensidad en la recuperación. Vilanova se apoyó en Jordi Roura, mucho más que un amigo pero técnico de pocas luces, y un año después fichó a Rubi, ahora en el Espanyol, como estratega para prolongar un proyecto que no tuvo continuidad.

En la Ciutat Esportiva de Sant Joan Despí pocos dudaban de Tito. Quienes más le conocían destacaban su mentalidad ganadora y perfeccionismo extremo. De él se decía que podía ser el Bob Paisley del Barça. Paisley, recordemos, fue el entrenador que relevó a Bill Shankly, el técnico más idolatrado del Liverpool, porque cogió al cuadro red en Segunda División y lo transformó en un equipo poderoso, ganador de tres Ligas, dos Copas y cuatro Supercopas inglesas. Con Paisley, menos bravucón y poco mediático, el Liverpool logró muchos más títulos. Los más celebrados: tres Copas de Europa, una Copa de la UEFA, una Supercopa de Europa, seis Ligas, tres Copas y seis Supercopas de Inglaterra.

En Anfield, el discípulo ganó más que el maestro. En Barcelona, una terrible enfermedad impidió que Vilanova escribiera su propia historia de éxito en el Camp Nou. Su sustituto, Gerardo Martino, fue un fracaso mayúsculo de Sandro Rosell. Con Luis Enrique y Valverde, el Barça ha estado más lúcido. El equipo, aunque menos seductor, sigue en una dinámica ganadora.