Leo Messi es un genio rodeado de parásitos que no saben cómo gestionarlo. Ya hace tiempo que el mago de la pelota no se lleva bien con la mayoría de los jugadores de la plantilla, tan sólo se habla amistosamente con tres o cuatro, y va en busca de un pasado no muy lejano que no encuentra desde hace tiempo. Su ansia enfermiza por ganar, ganar y ganar no tenía cobijo en un club lleno de momias y malos fichajes.

En este clima enrarecido hay dos fechas clave. La primera es tan sólo unos días antes del Barcelona-Nápoles del pasado 8 de agosto. Messi tuvo una reunión con el presidente Bartomeu y le dijo que si no le traía a Neymar "no sabía" qué podía pasar en aquel partido. Silencio. Bartomeu no convocó una rueda de prensa ni denunció un chantaje extremo. No me extraña, no puede decir nada porque el mismo presidente sabe que no tiene dinero para traerlo y todavía hay jugadores que no han cobrado... Lo único que de momento sí ha conseguido es empezar a dividir el barcelonismo entorno a la figura de Messi. Y aunque Leo esté mal asesorado por su entorno es evidente que, como futbolista, es excelente.

Segunda fecha. El mismo día del ridículo, de la humillación del pasado 14 de agosto ante el Bayern. El "no sé qué pasará" de Messi se llevó a la práctica. Y, más allá de un equipo desgastado, el 10 no tuvo ganas de sacar su garra...

Dos partidos de Champions que resumen que sin él, el vacío da miedo. Pero siempre nos quedará agarrarnos a aquello de que el club está por encima de todo.