De los catalanes he aprendido casi que la mitad de lo que sé. Por algo conviví con ellos 42 años. Y por algo me siento uno más de ellos. Y por alguna razón hay una frase que me quedó grabada. Es de mí siempre admirado Evarist Murtra, un hombre que merece un espacio en una de las páginas del barcelonismo: "La idea es pensar siempre en lo mejor para el equipo, pero si lo haces individualmente, esto no funciona". Palabra de más o de menos, pero la idea era esa.

Los intereses individuales no conducen al éxito colectivo, y en condiciones normales te arrastran al egoísmo. Por las razones que sean, al barcelonismo, como al independentismo, le falta unidad. Aquí cada uno va por su lado. Busca su portada, su página, su triunfo particular, y nada de eso conduce al éxito de un equipo.

Admiro a Josep María Bartomeu porque piensa en lo mejor para el Barça, no quiere nada para sí mismo porque quizás no le hace falta. Tiene su empresa, que es rentable, y la vida farandulera no le agrada. Lo suyo es la discreción. A Bartomeu la prensa cuanto más lejos, mejor. Pero, además, si en algún tiempo le importó, ha aprendido a ignorarla.

La unión

Impresiona la posición de Toni Freixa, un exdirectivo que desde su posición intenta contribuir a la causa y huye de la confrontación. Ha estado dentro y sabe lo difícil que es el cargo de directivo, pero no dinamita, ni incendia. Todo lo contrario. Y esa actitud lo convierte en un valor del barcelonismo.

Es admirable que un empresario como Víctor Font se desnude y muestre sus intenciones de aspirar a la presidencia del Barça con dos años de antelación, y no tenga dudas a la hora de revelar públicamente algunos de sus puntos clave para mejorar al club. Pero, en aras, de hacer al Barça más grande, Font tendría que adoptar una posición muy similar a la de Freixa.

La del apoyo al actual equipo y no la de ser francotirador. A esta junta directiva le quedan dos años de mandato, y como barcelonista, como socio, como hincha, lo que todos deberían desear es el éxito y no el fracaso. El Barça siempre ha tenido enemigos externos, y también sus intestinos han estado envenenados. Pero no hacen falta más adversarios. Es fútbol, es un deporte, es un negocio, y los principales protagonistas ofrecen más lecciones humanas que las dirigencias. Las estamos viendo con Arturo Vidal abrazando a James Rodríguez, compañeros en el Bayern Munich, tras derrotarlo en una tanda de penaltis en la Copa América.

Lo vemos en el mensaje cariñoso que Neymar le envía a Lucho Suárez, tras fallar el único penalti que evita que su Uruguay pase a las semifinales de la Copa América. Ellos, los futbolistas, los que cortan el bacalao en este deporte, hacen piña. Son un equipo. Por eso siempre ganan.