El poder de Leo Messi en el Barça es infinito. Es un futbolista de otra dimensión y su sola presencia basta para intimidar al rival con más empaque. Messi tiene magia y un repertorio tan exquisito y variado que puede solucionar cualquier entuerto, por complicado que sea. Sin Leo, el Barça es otra cosa y la gran virtud de Ernesto Valverde pasa por asumir el nuevo orden. Con el astro argentino, todo fluye. Sin él, el colectivo devora a las individualidades y la victoria contra el Inter y el rapapolvo al Real Madrid fueron viables porque el Barcelona recuperó la presión alta de todos los jugadores. De todos, sin excepción alguna.

Ausente Messi, los futbolistas todavía fueron más ambiciosos y pragmáticos. El Barça funcionó perfectamente como colectivo y únicamente Luis Suárez fue más egoísta que de costumbre. Acostumbrado a ser el socio ideal de Leo, el uruguayo cazador destapó su carácter más depredador y enfiló a Courtois sin complejo alguno. Eso sí, mordiendo cuando el Madrid tenía la pelota.

El Barça, menos exquisito sin Messi, fue más intenso y ordenado que nunca. Cada futbolista cumplió con la misión designada por Valverde. Desde Sergi Roberto hasta Coutinho. Solo cuando el Real Madrid movió pieza y arriesgó, el equipo azulgrana se mostró dubitativo y entonces llegó la hora de Valverde. Tocaba intervenir en el partido para enderezarlo. Y el técnico tenía dos opciones: reforzar la retaguardia o ser valiente y penalizar al Real Madrid en el uno contra uno: tres delanteros contra tres defensas.

Imagen de archivo de Malcom durante un partido con el Barça / EFE

Imagen de archivo de Malcom durante un partido con el Barça / EFE

Imagen de Malcom durante un partido con el Barça / EFE

Valverde fue atrevido y acertó con la incorporación de Dembelé, un futbolista tan imprevisible como rebelde. Capaz de lo mejor y lo peor, el francés acertó en todas las decisiones. En el día a día, sin embargo, Valverde tiene que armarse de mucha paciencia. Dembouz va por libre y con otro entrenador (Van Gaal, por ejemplo) ya hubiera salido en globo del Camp Nou. Con bronca incluida, por supuesto.

Dembelé hace la guerra por su cuenta en el campo y en su vida privada. Persona muy introvertida, la disciplina no es su fuerte. Los dietistas del Barça se desesperan con sus comidas (le encanta la pizza) y sus compañeros alucinan con sus retrasos en los entrenamientos y partidos, bajo esa apariencia de chico despistado que no se entera de nada. Comedido en la gesticulación pero firme en la toma de decisiones, Valverde ha apartado al francés del equipo titular. Su escaso rigor para atacar al rival cuando pierde un balón es lo que más desespera al técnico del Barça.

El espíritu indomable de Dembelé no sorprende a nadie. Menos mediático es Malcom, el fichaje estrella de esta temporada que también vive en su propia galaxia. El brasileño parece más dócil y recatado, pero también hace la guerra por su cuenta en el campo. Su ostracismo en el equipo no responde a una manía extraña de Valverde. Tiene una explicación. En dos partidos de Liga que el técnico le dio carrete, contra el Valladolid y contra el Leganés, Malcom hizo lo que quiso. Le ordenó su jefe que abriera el campo por las bandas y él se obsesionó con ir por el centro. Y así hasta hoy. Él, como Dembelé, va a su bola pero ninguno de los dos tiene el duende de Messi, el único jugador que come aparte.