Muchos aplaudieron la contratación de Quique Setién como entrenador del Barça, y en consonancia aprobaron la destitución de Ernesto Valverde porque el equipo no gustaba, no ganaba con el estilo de juego que catapultó al Barça al cenit futbolístico. Setién solo tuvo una actuación que avalara su docencia cruyffista. Ganar al Barça con el Betis en el Camp Nou y decir que era cruyffista. Y la gente le creyó, entre ellos el directivo Bordas, y los secretarios o directores deportivos Abidal y Planes, y también el presidente Bartomeu. La apuesta la aplaudieron todos los críticos del presidente, que fueron los mismos que pedían la destitución de Valverde por el juego aburrido y los éxitos estériles.

Y Setién, que nunca se hubiera imaginado dirigir a un Barça líder en la Liga y compitiendo por la Champions, creyó en el más allá. Nunca se había ganado una lotería. Dirigir a Messi, al Barça y estar ahí, era lo máximo. Creía que pasaría a la historia. Nunca una oportunidad tan buena para entrar en un libro memorable. Y si, lo logró. Entró en la historia. La mayor goleada recibida por el Barça en cuartos de la Champions. Ni en la época franquista. Y lo peor fue que le tocó enfrentarse a los alemanes. Y estos el día que pueden y te ven débil, te humillan, te pisan y te arrasan. Setién no lo sabía. Tampoco su voz: Sarabia.

La noche del 14 de agosto del 2020 entrará en la historia del barcelonismo como la noche más negra de Messi, y hoy recurro a ese titular tan manido cuando el argentino resuelve los partidos. Pero lo que se ha demostrado es que ¡Planas, Abidal y Bordas tendrían que dimitir! Y Setién, bueno, usted es un mal discípulo del cruyffismo. El 2-8 me recordó a la despedida que el Bayern le hizo a Cruyff de jugador en un partido homenaje con el Ajax: 1-8 le metió (7/11/78). El fin del cruyffismo.