Barcelona está tocada por la crisis del coronavirus. La recuperación económica será lenta y muchas familias vislumbran un futuro con más incertidumbres que certezas. El fútbol, posiblemente lo más importante de las cosas que no son importantes en la vida, tampoco ayuda a la autoestima de los barceloneses. Hace un año, el Barça había ganado la Liga y el Espanyol se había clasificado para la Europa League. Hoy, el equipo azulgrana lo tiene muy crudo en la Liga y los blanquiazules jugarán la próxima temporada en Segunda División.

Barça y Espanyol han estado muy mal en la Liga. De pena. El equipo azulgrana, con demasiadas convulsiones, se ha mostrado muy frágil en los desplazamientos. Es incapaz de hilvanar dos partidos buenos y se jugará toda la temporada en la Champions. La historia juega en contra. Siempre que el Barça se ha proclamado campeón de Europa ha ganado la Liga. Las estadísticas, no obstante, están para romperse, pero el grupo de Setién no transmite buenas sensaciones. Muchas cosas se han podrido en los últimos meses. 

Messi ya no es el Messi de tantos y tantos años. Ya no desequilibra ni escapa de los rivales con la facilidad asombrosa de antes. Su fútbol ha perdido brío, espontaneidad. Ya no es tan prodigioso. Juega con dos marchas menos y su buena lectura de los partidos no le basta a un Barça descompensado. Muy machacado.

El Barça, hoy, tiene muchos frentes abiertos. Y, futbolísticamente, se debate entre evolucionar su modelo de juego o romper, definitivamente, con él. Por una mala planificación deportiva, las piezas no le encajan a Setién, mucho más conservador en el Barça que en el Betis o en Las Palmas. El Madrid, ayudas del VAR al margen, ha tenido más hambre. Más ambición.

También ha perdido deseo el Espanyol. Su planificación fue, sencillamente, horrorosa. Un despropósito. El club menospreció la gesta de Rubi. Chen Yansheng fue ruin al abordar una mejora salarial del técnico y sus ayudantes, y ni se inmutó cuando se enteró que Rubi estaba en la órbita del Betis. Su apuesta por David Gallego simbolizó la nula ambición del máximo responsable de un Espanyol construido sin ton ni son. Machín, Abelardo y Rufete también fracasaron en su desesperado intento por revitalizar a un equipo apático, cicatero en el esfuerzo y desorientado por los continuos cambios de rumbo.

A tres jornadas para el final, el Espanyol suma 24 puntos, una cifra ridícula, impropia de un club con un presupuesto que rondaba los 90 millones de euros. Su defunción, además, llegó en el Camp Nou ante un Barça que se dio una pequeña alegría en sus desesperada lucha por atrapar al Madrid. Por un día, la afición culé esbozó una sonrisa en su cara y la noche concluyó con petardos por toda la ciudad. Un año después de que sonaran por la Liga, el miércoles se lanzaron para recrearse en la desgracia de un rival que hace años dejó de serlo. Las distancias (sobre todo, económicas) entre ambos son siderales. Incluso en tiempo de crisis.