En la conferencia de prensa previa al partido contra el Real Madrid en el Bernabéu, Xavi Hernández dijo: “El resultado de mañana no cambiará nada, aunque una victoria en el Bernabéu reforzaría mucho el trabajo que estamos haciendo”. Se equivocó. El triunfo por 0-4 lo cambió todo. Golear al Madrid en su campo unos pocos días después que el equipo blanco eliminase al PSG en una gran remontada mereció los titulares más halagadores.

Fue catalogado de histórico. Expuesto como una obra de arte que sirvió para lanzar las campanas al vuelo. De forma precipitada, se puso al equipo en la apuesta por el título de Liga, y hasta vencedor en la Europa League. Y los vengadores de turno fueron raudos a la hora de restregar los números de Xavi para compararlos con los de Ronald Koeman y justificar su destitución, olvidándose totalmente de que las cuentas en el fútbol hay que hacerlas al final. Hoy seguramente permanecerán callados. Hacen bien.

La victoria en el Bernabéu tampoco reforzó mucho el trabajo que estaba haciendo Xavi. Todo lo contrario. Desde entonces el equipo ha ido a menos. En esta época en la que parece que el Camp Nou bate récords en todo y entra por la puerta grande del Guiness –el partido de fútbol femenino con mayor asistencia, el encuentro de Europa League con mayor presencia de aficionados alemanes-, el Barça de Xavi Hernández ha acumulado tres derrotas consecutivas en su campo. Eintracht, Cádiz y Rayo.

Cerrará la temporada en blanco, con la impresión de que no hay equipo suficiente y con el triste objetivo de luchar por el segundo puesto. Toda una pena. Nada para recordar nos dejará una temporada en la que hemos visto abrazos y baile de la directiva tras victorias que este club siempre ha logrado, pero que no eran títulos.