En la obra cumbre del teatro del absurdo, Esperando a Godot, Samuel Beckett se inventaba una ficción existencialista donde dos vagabundos pasaban las horas esperando a una tercera persona, el mencionado Godot, que nunca acababa viniendo. En el Barcelona, y salvando las distancias, también hace tiempo que están esperando a una persona, para que les devuelva la alegría de antaño, demuestre que su talento sigue innato y les ofrezca su mejor versión, aquella que deslumbró al mundo entero cuando aún era un barbilampiño, que apenas se afeitaba.

Su nombre, como muchos habrá ya adivinado, es Ansu Fati. El pasado miércoles jugó su primer partido como titular tras 305 días exiliado en la barrera. Tras dos lesiones muy graves, una en la rodilla y otra en los isquiotibiales, que le han obligado a vivir dos años en el purgatorio, reapareció hace poco más de cuatro meses, jugando a cuentagotas y gestionando los técnicos, con calculadora en mano, sus minutos.

Ansu aún no es Fati o Fati aún no es Ansu. Es palmatorio que juega con el freno de mano puesto, no se atreve con los cambios de ritmo, ni los eslaloms imposibles, y ya no digamos lo de buscar al rival con descaro y hasta un punto de soberbia, como hacía antes de las lesiones. Esta timidez en el campo le afecta en su juego, no se siente protagonista y participa en contadas ocasiones. Tiene talento, eso sí, para generar juego ofensivo y crear peligro, pero le falta ese punto de atrevimiento con el que se paseaba en los terrenos de juego antes de lesionarse.

Ansu ahora está en un punto de inflexión vital en su carrera. Está bien para jugar, pero su cerebro sigue enviando mensajes contradictorios, consciente que el peligro de una recaída amenaza su futuro, como una espada de Damocles moderna. Él, y su entorno, decidieron en su día desoír los consejos médicos del club de pasar por el quirófano para solucionar su última lesión, y esa negativa sigue rebotando su día a día. Es cierto que la elección del método conservador le ha permitido recuperarse antes, pero también que las secuelas están latentes, quizás más de lo que ellos esperaban.

No se trata de ser alarmista ni comparar con Samuel Umtiti -pese a que más de un articulista lo ha hecho-, ya que son casos totalmente opuestos: Ansu en ningún caso tiene una lesión crónica ni degenerativa, pero lo cierto es que su mala experiencia con los quirófanos en su lesión meniscal de la rodilla -donde fue intervenido hasta en cuatro ocasiones- le ha traumatizado de por vida. El jugador tiene actualmente un seguimiento casi diario de los servicios médicos, con pruebas adicionales semanales, para confirmar que todo está en orden, aunque desgraciadamente la medicina no es una ciencia exacta, y hay siempre cientos de ‘inputs’ que pueden acabar metiéndote en un atolladero.

De hecho, una cosa que destacan siempre desde el club es que Ansu tiene sólo 19 años y una larga y exitosa carrera ante sí. El número ‘10’ no se lo dan a cualquiera y su responsabilidad es máxima a todos los niveles, con la carga psicológica y emocional que eso implica. Pero es evidente que hasta que no haga un ‘reset’ definitivo, hay que ir con pies de plomo. Cada día está más cerca de volver a ser el de antes. No será fácil porque los obstáculos son innumerables, pero la suerte que tiene es que tanto los técnicos como los compañeros son estímulos muy importantes para seguir trabajando y mirando hacia adelante.

Xavi es el primero que le anima a ser positivo y borrar definitivamente de su disco duro el miedo a una recaída. De hecho, en el Barcelona están convencidos que Godot/Ansu acabará llegando al final, por mucho que se empeñe en lo contrario el bueno de Beckett.