Son alrededor de un centenar los estadios de España que han acogido partidos de Primera División. Algunos, como El Molinón, en Gijón, permanecen en pie desde su construcción, hace más de un siglo. Otros, como el Juan Rojas, en Almería, acogen hoy otras disciplinas deportivas alejadas del balompié. Los hay que han caído en el más absoluto olvido, caso del campo del carrer Sardenya, que fue la casa del Europa, de Barcelona.

Aun así, en ocasiones, esos terrenos donde otrora se marcaban goles han dejado paso a parques, como los Jardines del campo de Sarrià, que fue el hogar del Espanyol antes de su traslado a Montjuïc, primero, y el RCDE Stadium, después. Pero, sin duda, ningún campo como Les Corts es tan recordado. Algo especial tenía, además de una afición tremendamente fiel e implicada que hace por mantener viva su memoria.

Y es que hasta tres monumentos o placas dan fe de que, un día, en un preciso lugar de la capital catalana rodeado por las calles Numància, Travessera de les Corts, Vallespir y Marquès de Sentmenat el Barça marcó una época de tal modo que, en los años de Kubala y compañía, el recinto se quedó pequeño y hubo que iniciar el traslado al Camp Nou. Qué lástima no haberlo vivido.

Sin embargo, quedan en pie sus recuerdos. El último de ellos –o el más antiguo– es el pino de Les Corts, un árbol hoy señalizado que indica que este centenario ejemplar ya estaba allí cuando se levantó el estadio, y se convirtió en lugar de encuentro de los barcelonistas antes de los partidos, dado que se ubicaba cerca de una de las entradas, en el gol norte.

Muy próxima, una placa también indica que ese lugar fue feudo barcelonista. Y, en la plaza Germanes Ocaña de L’Hospitalet, se puede contemplar una escultura de Alfredo Sánchez hecha a partir de las vigas del que fuera templo culé durante tres décadas. ¿Acaso hay otro campo más recordado y venerado que este? No, no lo hay, al menos en España.