En vísperas de entrar en la fase 1 de la desescalada varios grupos opositores a la actual directiva del FC Barcelona, y entre ellos algunos aspirantes a gobernar la entidad montaron un debate bajo el título “¿está el Barça en peligro?”. Con todo el respeto a los idealistas del foro dominical creo que la propia pandemia de la Covid-19 se introdujo en sus mentes y los llevó a titular de forma tan negativa.

Analizar a este club, que tiene 120 años de existencia y sobrevivió a la dictadura, desde una perspectiva derrotista no invita al optimismo tratándose especialmente de socios que tendrían que vender perfume en lugar de pestilencia. ¿En peligro de qué? ¿De desaparecer? ¿De convertirse en una SA? ¿De no mantener la era triunfadora que ha tenido? Cualquier respuesta afirmativa a estas preguntas me resulta exagerada.

Desde que Josep María Bartomeu y su recompuesta junta directiva tomaron la decisión de concentrarse en los proyectos que tienen hasta el final de su mandato y, principalmente, en no designar a ninguno de sus miembros candidato continuista, la táctica opositora de hacer ese tipo de campaña cómoda y simple de desgaste del presidente tiene sabor a rancio. Aquí, a partir de ahora, los aspirantes tienen que estrujarse las meninges –como me decía Antonio Francio, uno de los mejores directores que he tenido, cuando un titular no le gustaba- y empezar a ofrecer proyectos que convenzan a la masa social barcelonista de la conveniencia de llevar al poder a uno de ellos.

Cuando le tocó salir del club, Joan Laporta se desgastó buscando un candidato continuista hasta que encontró a Jaume Ferrer. Y no le fue nada bien. La decisión de Bartomeu, impulsada también porque él no puede presentarse a la reelección, obliga a sus directivos a pensar solo en una dirección, y a los aspirantes a idear y no a seguir vendiendo lo que ellos creen que la actual junta ha hecho mal.