Hace una semana que el mesías del barcelonismo regresó a los entrenamientos. Con menos barba, el pelo algo desaliñado y la mejor de sus sonrisas cuando tuvo el balón en sus botas. Esa conexión mágica sigue intacta.

Sus malabares con la pelota, aunque más discretos, nos evocan a aquel calentamiento antológico de Maradona en la Copa de la UEFA, hace más de 30 años, cuando vestía la camiseta del Nápoles. Tal vez Messi nunca tuvo la vistosidad del Pelusa, pero su talento y efectividad le sitúan como el mejor futbolista de la historia. Aunque… ¿Quién es el mejor deportista de todos los tiempos?

A menudo se piensa en los protagonistas de deportes individuales para liderar este competido ranking: Mohammed Ali, Tiger Woods, Roger Federer, Michael Schumacher… Sin embargo, un servidor opina que tiene mucho más mérito ser el mejor en deportes colectivos. Porque además de ser el mejor individualmente, hay que tener la capacidad de hacer mejores a los compañeros y, quizá lo más difícil, saber ejercer dotes de liderazgo sobre otras cabezas pensantes y con mucho ego.

Tal vez, sea esa la espina en la carrera –no finalizada, y esperemos que le quede mucho– de Messi que, en cambio, alza a Michael Jordan como el mejor deportista de la historia. Pese a los maravillosos talentos que han pasado por la NBA como Kareem Abdul-Jabbar, Wilt Chamberlain, Magic Johnson, Larry Bird o, más recientemente, Kobe Bryant y LeBron James, nadie discute que Sir Airness, su majestad del aire, es el mejor de todos los tiempos. Algo que sí ocurre con Messi cuando se habla del talento de Pelé, la inteligencia de Cruyff, la magia de Maradona o la potencia de Ronaldo Nazario e, incluso, de Cristiano Ronaldo. ¿Por qué?

Posiblemente, algunas de las claves que diferencian a estas dos leyendas se pueden entender mejor viendo el documental de moda sobre Michael Jordan: The last dance. La estrella de los Chicago Bulls genera una unanimidad que Messi todavía no ha logrado a nivel mundial a pesar de que tienen muchas cosas en común. La primera, muy obvia, un talento descomunal: ambos son superdotados para el deporte y han tenido a lo largo de su carrera un físico privilegiado.

Los dos protagonizaron duras historias de superación en su niñez. Mientras Messi tuvo problemas de crecimiento que resolvió el Barça cuando apostó por él con 13 años, obligando a su familia a cambiar Argentina por España, Jordan tuvo que lidiar con muchas críticas desde niño. Empezando por su padre, que valoraba más a su hermano mayor y fue el origen del tremendo espíritu competitivo que desarrolló Michael. Después tuvo que ver como se cuestionaba su talento durante su etapa de formación, hasta que explotó en la universidad y, de ahí, fue directo al estrellato.

Esa etapa en la vida de Jordan le llevó a desarrollar un afán inalcanzable de superación. La cultura del esfuerzo es, sin duda, otro de los factores que comparte con Messi, aunque en el caso de la Pulga, nunca nadie puso en duda su capacidad. En todo caso, su tamaño.

Curiosamente, ambos sufrieron dolorosas lesiones en su etapa inicial después de protagonizar una irrupción estelar en sus respectivos campeonatos. No les costó mucho hacerse un hueco con los grandes de su profesión, aunque esas lesiones –Messi se vio privado de pelear la Champions de París y Jordan estuvo semanas jugando con límites de tiempo de siete minutos– también les ofrecieron grandes aprendizajes. Sobre todo, aprendieron a cuidar su cuerpo.

Otra cosa que les une es un excepcional carácter competitivo. No admiten perder ni a las chapas, ni a las canicas… ni a la Play Station. El Kun Agüero fue testigo de la peor versión de Messi con los videojuegos. No soporta la derrota, siempre quiere ser el mejor. Jordan era igual, en la cancha y fuera de ella. Al golf, al béisbol, con las apuestas… quería ganar en absolutamente todo.

Y quizá la única y gran diferencia entre ellos radica en que Jordan se empeñó en trasladar ese carácter tremendamente ambicioso a sus compañeros y lo consiguió llevando a los suyos hasta en seis ocasiones a la cima de la NBA. Nadie aguantó tan bien la presión como el 23 de los Bulls, adicto a la adrenalina de las situaciones límite. Messi también condujo al Barça a la conquista de innumerables títulos, pero no lo hizo desde el liderazgo de grupo, sino desde un talento individual fuera de límites y la facilidad para desarrollar el mejor juego colectivo que se haya visto sobre la cancha en la historia del fútbol con unos compañeros, Xavi e Iniesta, tan mágicos como él, pero mucho menos resolutivos en los metros finales.  

Jordan ganó el anillo tres años y dejó la NBA, cansado, coincidiendo con el asesinato de su padre. Su perseverancia le llevó a probar suerte en el béisbol y llegó a competir al máximo nivel, pero su devoción por el baloncesto, y la certeza de que en eso podía seguir siendo el mejor, le llevó a regresar para volver a demostrarlo. Y ganó otros tres anillos hasta que se disolvieron sus Bulls. Pero no fue fácil, hubo muchas broncas, incluso algún puñetazo, con sus camaradas. Un carácter ganador que sufrieron sus propios compañeros de equipo, como Steve Kerr o Scott Burrell. También en el Barça ha pasado factura el carácter de Leo, como por ejemplo a Marc Bartra, pero más por encganchadas puntuales que por intentar hacerlos mejores.  

Messi ha levantado 34 títulos con la camiseta del Barça pero, curiosamente, sus éxitos han ido a la baja a medida que iba alcanzando la madurez en su juego. Si bien se ha mantenido intratable en la Liga española, la Champions se le resiste desde 2015. El reto para acercarse un poco más a Jordan pasa por lograr sacar lo mejor del vestuario para pelear por la orejona este agosto sin el cartel de favoritos. Sin Xavi y sin Iniesta, los discretos cómplices que le acompañaron a la gloria en Roma, Londres y Berlín. Desde que la marcha del egarense rompió ese tridente mágico, la Champions no ha vuelto al Camp Nou.

Quizá, si se pica la vuelve a conseguir. Quizá, si su más feroz instinto competitivo vuelve a resurgir, logra colocarse al lado de Jordan. Aún le queda tiempo.