Por mucho que salga Xavi Hernández en rueda de prensa a defender públicamente a Frenkie de Jong, definiéndolo como “un jugador que marcará una época”, la realidad suele ser tozuda y acaba, la mayoría de ocasiones, cayendo por su propio peso. Y es que por mucho que intente disimular el técnico egarense, desde el club ya se están enviando los primeros avisos a navegantes, con mensajes muy ambiguos sobre el futuro del centrocampista holandés: el próximo secretario técnico, Jordi Cruyff, no dudó en etiquetarlo abiertamente como “un jugador muy valorado”, como si estuviera ofreciéndolo en una subasta de Sotheby’s, al lado de un graffiti de Banksy.

Lo cierto es que Frenkie de Jong no está cubriendo ninguna de las expectativas que se plantearon en su fichaje, hace ya tres años. Ni se ha convertido en un líder, ni ha marcado las diferencias, ni se ha adaptado al sistema del FC Barcelona, ni se ha rebelado contra las adversidades, ni ha encontrado un encaje dentro del vestuario. El holandés es simplemente uno más en el escalafón de la plantilla, algo ciertamente sorprendente para un jugador que llegó como el gran fichaje de la temporada 2019/20 -con Josep Maria Bartomeu viajando personalmente a Amsterdam para regresar con la firma del jugador como si se tratara de un trofeo de caza-, por el que el Barcelona tuvo que pagar 75 millones al Ajax, firmando un contrato de cinco temporadas a razón de 20 millones de euros brutos anuales.

Frenkie lleva tres temporadas en el Barcelona mostrando un perfil más bien bajo. Es cierto que ha jugado grandes partidos, sobre todo en la primera temporada de Ronald Koeman, pero también que su papel en el equipo ha sido demasiado plano en la mayoría de ocasiones. El holandés es de esos jugadores a los que no se les puede culpar de una derrota, pero tampoco aplaudir por una victoria. Frenkie suele pasar de puntillas por todos los campos, con actuaciones para cubrir el expediente. Y eso, en uno de los jugadores con el sueldo más alto de la plantilla, suele acabar siendo un inconveniente.

En el mediocampo no ha sido capaz de cargarse el equipo a sus espaldas, ni darle la puntilla a Sergio Busquets, tampoco ha marcado las diferencias en el aspecto goleador, y ni tan siquiera en las asistencias, defendiéndose además como un gato panza arriba ante la llegada de Pedri y Gavi, dos jóvenes talentos que devoran el campo con un hambre pantagruélica. Frenkie se ha quedado a medio camino, y como bien ha dicho esta semana a los micrófonos de Ràdio Barcelona, el mentor deportivo de Xavi Hernández, Joan Vilà, “un jugador fichado de fuera ha de demostrar que es un top y Frenkie no lo ha hecho aún”.

Las críticas hacia su juego se han ahondado desde la llegada de Xavi: parece tener problemas de comprensión en el juego de posición, adoleciendo además de la rebeldía necesaria para dar un giro de 180 grados a su situación. Su descenso a los infiernos se dibujó el pasado domingo ante el Rayo Vallecano, donde una parte de las afición le mostró su desafección con algún que otro pitido y abucheo, siendo sustituido en la segunda parte y marchándose con un cabreo importante, según cuentan algunos, porque la frialdad de su rostro impide muchas veces conocer los recovecos de su alma.

En todo caso, nadie en el club pone en duda del talento de este chaval que cumplirá en mayo 25 años, pero sí sobre si es el jugador referencial que necesita el Barcelona para liderar un proyecto. En estos tres años ha demostrado que no tiene carisma ni ambición para ser el número uno. Ver a jugadores como De Bruyne en el City o Modric en el Real Madrid causa envidia sana a los 'mandamases' del Barcelona, que siguen esperando una reacción por parte de Frenkie, aunque sea más por rabia que por amor a unos colores.

En manos del holandés está encontrar una solución a este conflicto de intereses: o da un paso adelante o lo dará el club. Lo que parece evidente es que su rol en el equipo no puede seguir siendo tan difuso y placentero. Si quiere seguir en el Barcelona, se tendrá que poner las pilas, y si son las de Duracell, mejor que mejor.