Joan Laporta se parece cada día más a Joan Gaspart y menos al Joan Laporta de 2003. Entonces tenía un plan. Una idea. Un proyecto. El círculo virtuoso. Ahora no tiene nada. Vive al día, improvisando de aquí para allí, como un círculo vicioso que desorienta al socio del Barça, harto de tantas mentiras y mediocridad.

La gestión que Laporta ha hecho de los problemas deportivos del Barça ha sido horrorosa. Asumiendo la marcha de Leo Messi y Antoine Griezmann por motivos económicos, el presidente del Barça fue cobarde y desleal con Koeman, a quien despreció cuando le comunicó que le buscaba un sustituto y le dijo que solo continuaría si fracasaba en todos los intentos.

El problema no es que Laporta se lo dijera a Koeman, que también, sino que lo proclamara a diestro y siniestro. El técnico, hasta entonces respetado por la plantilla del Barça, sobre todo por Messi, perdió todo el poder. Quedó tocado, debilitado, en manos de unos futbolistas egoístas y malcarados, más preocupados por sus sacrificios económicos que por mejorar su rendimiento.

Laporta fue ingrato con Koeman y ahora se entrega a Xavi, a quien despreciaba hasta no hace tanto. Porque la historia entre el presidente del Barça y el futuro técnico tiene su morbo. Entre ambos había mucho más que respeto entre 2003 y 2010. Había una conexión especial y mucha complicidad. Pero todo se fue al traste el día que Laporta le pidió que rompiera con Víctor Font, rival suyo en las elecciones, y se uniera a su candidatura.

Xavi, por lealtad, se mantuvo fiel a Font, pero con matices. No hizo público su compromiso con el empresario de Granollers, tal vez para no herir a Laporta. Era consciente de que el abogado barcelonés ganaría las elecciones y se mantuvo quieto. Laporta quería más implicación y le puso la cruz el pasado verano, cuando buscaba entrenador y se estrelló con Guardiola y algunos técnicos alemanes.

Laporta, en contra de su deseo, ratificó con la boca pequeña a Koeman, pero el destino del técnico estaba marcado. El Barça era un esperpento y el presidente entendió que debía mejorar su sintonía con Xavi para salvar su cabeza. Bastó una llamada para solucionar los problemas entre ambos. Estaba escrito que el excapitán, tarde o temprano, sería el nuevo entrenador del Barça. Y en esas estamos, con Laporta pareciéndose cada vez más a Gaspart y menos al Laporta original.