Cuando la directiva de Joan Laporta rompe unilateralmente el convenio con las peñas persigue exactamente tres objetivos. El primero, pegar primero en una lucha contra lo que considera el único y verdaderamente peligroso contrapoder a sus planes de mando para un club que, si puede y se lo permiten los socios, la prensa y el entorno, quiere gobernar como lo hace Florentino Pérez en el Real Madrid, o sea, como si fuera de su propiedad.

El segundo, generar fisuras, divisiones y traiciones dentro de la estructura de la organización de las peñas que hagan saltar por los aires la resistencia capaz de oponer el movimiento a las inequívocas intenciones de guerra de la directiva.

El tercero, probablemente el que más directamente preocupaba a los responsables del área social y al propio presidente, eludir y quitarse de encima esa agenda de actos y compromisos con las peñas, una carga de trabajo y de protocolo que está muy lejos de la buena vida con la que sueña la nueva junta de Laporta, predispuesta sobre todo a divertirse y viajar a lo grande con el primer equipo, pero desde luego no a sacrificar sus fines de semana ni su ocio para soportar las cenas, actos y encuentros con peñistas.

Joan Laporta, con ese cinismo recurrente que utiliza para reírse del barcelonismo, les venía prometiendo a los peñistas hacer “grandes cosas”, así de textual y de cierto. El problema para ellos es que la prioridad de esas grandes cosas era descabezar la cúpula directiva de la Confederació Mundial de Penyes para colocar a sus jugadores y controlar las peñas. Un objetivo lejos de su alcance y posibilidades puesto que la autonomía y estructura democrática del movimiento hacía impenetrable colocar en la presidencia a su candidato, Salva Torres, presidente hasta ahora de la Federació de Penyes Comarques de València i Marina Alta, un líder de las peñas con un notable nivel intelectual barcelonista y también políticamente muy comprometido como Joan Laporta con el independentismo catalán. Aunque respetuoso y disciplinado con el funcionamiento interno, es el actual vicepresidente primero de la Confederació y la primera opción de Laporta si conseguía consumar una revolución en el resto de las territoriales que ha fracasado estrepitosamente en las elecciones convocadas durante el mes de julio. Solo hubo elecciones en tres federaciones sin que los resultados pusieran en peligro la continuidad de Antoni Guil, presidente de la Confederació desde sus orígenes.

¿Salva Torres, amigo o enemigo?

Destacadas, enigmáticas y puede que desconcertantes las palabras de Salva Torres en la despedida de su Federació -ha sido relevado por Miquel Gomis- aludiendo a aquellos que “van desacomplejadamente contra esta estructura”. “No les hagamos caso, tiran la piedra y esconden la mano detrás de nuestro presidente y no tienen el valor debatir. Querrían que el movimiento de peñas volviese al caudillismo, amiguismo y acciones dictatoriales”. Habrá que ver si el más laportista de los miembros de la Confederació se posiciona claramente a favor de esa autonomía de las peñas por la que tantos años ha luchado.

No es que Antoni Guil, exalcalde de Montmeló, hábil y experimentado político de indiscutida y reconocida capacidad para el gobierno de las peñas, sea un líder que levante pasiones. Pero sí un dirigente con el reconocimiento generalizado y una fidelidad que se ha ganado a pulso con trabajo, dedicación y excelentes dotes para la negociación.

Cuando Joan Laporta lo convocó el jueves pasado para anunciarle la ruptura de raíz con la Confederació Mundial de Penyes, el presidente esgrimió razones económicas, estructurales y organizativas. Antoni Guil le replicó una por una con sobradas razones para arrancarle el verdadero motivo de esa guillotinada. En efecto, cuando Laporta defiende que el mismo servicio que da la Confederació lo puede ofrecer el departamento de Penyes del club es porque el convenio que regula la Confederació con el FC Barcelona ya prevé que ese departamento realice, como viene haciéndolo desde hace seis años, el servicio de atención a las peñas. Son de hecho los mismos empleados y ejecutivos en comisión de servicio del club a favor de la Confederació incluidos en el presupuesto que se autofinancia con las aportaciones de los patrocinadores del club. Es decir que la Confederació Mundial no ha añadido gastos supletorios ni estructura alguna a los ya existentes en la antigua OAP, Oficina d’Atenció al Penyista, que desde 2015 opera bajo el control directo y exclusivo de la Confederació Mundial.

Donde hay rencor está Masip

A la reunión de la ruptura no acudió el directivo responsable de las relaciones con las peñas, Josep Ignasi Macià; tampoco el vicepresidente del área social, pero sí Enric Masip, el guardaespaldas de Laporta, el personaje que más disfruta con estas actuaciones que rezuman rencor, venganza y limpieza del pasado. Al final, Laporta debió admitir la verdadera razón de este acto de menosprecio y engaño a las peñas que tiene como objetivo destruir la Confederació como contrapoder de la propia junta directiva. No en vano la organización que preside Antoni Guil, independiente de FC Barcelona, agrupa de acuerdo con el último informe, un total de 1.259 peñas que congregan a más de 163.000 peñistas por todo el mundo, 436 peñas están ubicadas en Cataluña, 667 en el resto de España y 156 en el resto del mundo. Es decir, un colectivo con más afiliados barcelonistas que el propio FC Barcelona y un censo de 18.500 socios.

Erosionar su capacidad como movimiento tiene mucho sentido para Laporta porque, en un momento dado, es un colectivo que puede volverse en su contra como ya sucedió en su primer mandato a causa de la desatención y falta de respeto hacia los peñistas del FC Barcelona, especialmente los de fuera de Cataluña. El presidente habló alto y claro. Si no puede controlar la Confederació prefiere deshacerla y eliminar ese peligro de la ecuación del poder. De ahí su primer paso, dejar sin efecto un convenio que desde luego la Confederació está en su derecho de denunciar ante los tribunales probablemente con muchas posibilidades de obtener su restauración.

Entretanto, la estrategia del club será la de administrar recursos y favores a las peñas amigas de Laporta, aquellas cuyos presidentes siguen prefiriendo, como hace 10 años, beneficiarse de los amiguismos y de los favores personales antes que trabajar por el Barça en un marco de respeto, colaboración y recursos justamente compartidos y repartidos. La táctica es dividir para que las peñas empiecen a desconfiar entre sí y algunas prefieran el protectorado del club que defender y depender de su propia independencia a través de la Confederció.

Finalmente, la oportunidad de romper los compromisos adquiridos y suscritos con la Confederació Mundial de Penyes es un anticipo de cómo entienden los nuevos directivos su relación con el club, nuevos y antiguos directivos a quienes les repele, por experiencia y por convicción, esa obligada participación en los actos de peñas, compromiso que quieren eludir como sea. Así lo han afirmado internamente y así lo prefiere también el propio Joan Laporta para sí mismo y los suyos. Las peñas se han convertido en un lobi que a Laporta le provoca tanta animadversión personal como temor a su potencial poder social. Que los peñistas sean por definición los barcelonistas más comprometidos, leales y consumidores no supone ni para Laporta ni para su junta un motivo suficiente como para hacerles perder el tiempo.