En los dos meses que siguieron al burofax de Messi, septiembre y octubre de 2020, Josep Maria Bartomeu intentó, por todos los medios posibles, renovar al futbolista con una oferta de unos 80 millones de euros brutos. La rechazó. Sobre todo su entorno, su padre, Jorge Messi, y el propio futbolista, acosados por un estado de opinión político, mediático y social contrario a Bartomeu y una oposición en la que Joan Laporta ya brillaba con luz propia como el faro, la guía y la luz del neobarcelonismo. 

“Esto lo arreglo yo en un asado”, dijo Laporta, cabalgando electoralmente sobre la pancarta que ahora le toca pagarle a Florentino, que fue quien le dio permiso y el dedo que le marcó el camino para regresar a la dirección de un club que ya dejó, nunca hay que olvidarlo, igual de arruinado que ahora se lo ha encontrado. Eso sí, con la diferencia significativa de que el club ha perdido, por culpa del Covid, 350 millones de ingresos. En sus tiempos, el virus que carcomió la economía fue el de su propia gestión, incluidas las pérdidas millonarias, por ejemplo, derivadas de comprar terrenos en Viladecans -para que otro se beneficiara de un pelotazo urbanístico sin precedentes- y la toma de decisiones económicas contrarias a los intereses del club.

Ya fue un pésimo gestor entre 2003 y 2010, haciendo lo mismo que han hecho todos los presidentes a lo largo de la historia: pagar de más y mejor a los cracks, para tenerlos de su lado, acertar en algunos fichajes y en otros no. Pero Laporta, además de no pagar las nóminas de los jugadores igual que ahora no puede ni sabe cómo hacerlo, dejó contratos blindados inmejorables a favor de Mediapro (con multa incluida) y del entorno Cruyff, deudas colosales y fichajes como Keirrison y Henrique, o Ibrahimovic, con una carga en comisiones abominable. En total, sin Covid, más de 80 millones de pérdidas de la temporada 2009-10, telarañas en la tesorería y deudas por todas partes.

¿Un gran gesto?

Por eso cuesta imaginar, pese al redoble de sus magníficos resultados electorales, que el socio del Barça identificase entre sus habilidades la de sacar al club de una situación, como la del resto del fútbol mundial, de crisis aguda. La clave: tenía a Messi de su lado, que fue a votarle, y a su padre, encantando de volver a negociar con un presidente fácil como Laporta.

Bartomeu, en efecto, solo pudo obligarle a cumplir su contrato, pero no consiguió renovarlo en dos meses con todo el barcelonismo y la Generalitat en su contra y los medios clamando por su dimisión a cada minuto. En cinco meses, con todo el entorno a su favor, también y descaradamente el político, y una inyección de dinero de la LFP caída del cielo, Laporta tampoco lo ha conseguido.

La consigna, a la que el propio Messi se sumó activamente, fue que Josep Maria Bartomeu no podía ni debía tomar más decisiones por el bien del club. Messi escribió en una pizarra el nombre de los traidores, así les llamó en el vestuario, como Gerard Piqué, De Jong y Ter Stegen, que accedieron a estirar y diferir su contrato después de que, unilateralmente, la junta aplicara una reducción inmediata del 12% para hacer frente a la crisis. Aun así no pudo impedir el fichaje de Koeman (“un acierto”, según Leo), la llegada de Pedri, el ascenso de Araújo, Ilaix y Mingueza, el pleno de las secciones del club, inigualable, con dos Champions incluidas, el balonmano invicto y el triplete del femenino además de una Copa del Rey tras la cual el presidente Laporta no estuvo a la altura dejando dudas y malestar en torno a Koeman. Tomó decisiones porque era su obligación.

El brazo y la manga, por igual

No es cuestión de demostrar ahora que Josep Maria Bartomeu no estiró igual el brazo que la manga, que sí lo hizo con fichajes que no han respondido a su coste (Dembelé o Coutinho) o el de Griezmann, exigido por Valverde como la gran solución al 4-0 de Anfield. Bartomeu invirtió y gastó por encima de la prudencia, lo que le llevó a depender de ganar 1.000 millones para poder pagar 1.000. Lo alarmante fue ver cómo la asamblea de compromisarios, convenientemente conducida y sazonada, aclamaba a dos presidentes, Laporta y Gaspart, como si sus resultados económicos y gestas financieras hubieran de celebrarse solo porque, por fin, Josep Maria Bartomeu ya no estaba en el club. Ambos dejaron, sin Covid, 150 millones de pérdidas, comparativamente hablando algo superiores a las que arrojará el saldo de la 2020-21 inevitablemente.

Si Joan Laporta sale ahora acusando de nuevo a Bartomeu de la situación seguirá teniendo, solo en parte, un pequeño porcentaje argumental. La situación no era la mejor, desde luego, para que una pademia asolara el mundo. Y aun así, Forbes había calificado al Barça como el club más valioso del mundo en 2020 y el observatorio futbolístico alemán había considerado al FC Barcelona como el mejor equipo de la década, dos honores que indudablemente se pagan a precio de oro, incluidos jugadores que por palmarés llegan a exigir y a cobrar por encima de su rendimiento en el campo a partir de determinada edad.

La dictadura del vestuario

Era, es y seguirá siendo la transición más difícil de la historia del fútbol y del Barça, 13 años después de la explosión del mejor equipo del mundo producto de la Masia, de una filosofía y de los aciertos, que también los tuvo de presidentes como Gaspart que impidieron la marcha de Iniesta o de Puyol porque los técnicos de la casa no creían en ellos. No, no fue Cruyff el artífice de ese Barça ni de dirigir una cantera con vida y estilo propios. Cuando Johan llegó como entrenador en 1988 pidió a Aloisio y Romerito, eso es lo que dice la historia aunque las leyendas, muchas falsas, digan lo contrario.

El relevo de la generación de oro no ha acabado, ya fue un calvario para Bartomeu, sometido como lo hubiera estado cualquier otro presidente al poder de un vestuario también único. De otro modo, no hubiera llegado el Kun Agüero, condenado ahora a un triste papel de comparsa sin la presencia de Messi. Hace años que el entorno de Leo pedía al Kun, un capricho más que seguramente Leo se ha ganado, o no, pero que Laporta sí ha sido el primero en darle, del mismo modo que no ha sabido resolver los problemas financieros anunciados ni se atreve a tocarles un pelo a los Piqué, Busquets o Jordi Alba. Le sigue dando vueltas. 

No hay salida fácil ni amistosa. Sin ingresos, lo sabía Bartomeu y lo sabía Laporta, solo es posible repartir bajas y engullir como sea posible las amortizaciones pendientes, ahorrar, dar ejemplo y generar una conciencia de la verdadera situación. Se mire como se mire, el propio Laporta admitió en la asamblea que los números de la auditoría de Bartomeu (2019-20) eran los correctos, sin motivo alguno para no aprobarlos. ¿Discutibles los gastos? Desde luego ahora que no hay ingresos siempre que desde la propia junta se ofrezca el contexto real y realista, que no son lo mismo para Laporta, de la situación.

Lo que no se puede hacer es fichar amiguetes y colocarlos en el club, comer hasta reventar cada día en Botafumeiro, pagar lo que haga falta para llevar los Legends a Israel para sus propios negocios, doblar el coste del cátering del palco, pasar del Barça Corporate porque era una idea de otro, no mover un dedo para renovar a Messi antes del 30 de junio -era clave-, seguir la línea que marca Florentino en la Superliga y esperar que las cosas se solucionen solas. Esa época de fiesta gastronómica y juerga permanente ya ha pasado. Nadie que no dé ejemplo de austeridad y de trabajo puede exigirles a los futbolistas -a estos menos aún- que se rebajen la ficha. La falsa promesa de bajas y mano dura solo se ha aplicado a Ilaix, a Collado y a Riu Manaj.

Laporta no ha conseguido, al contrario, que Javier Tebas le solucionase la papeleta. Le queda, como recurso, la famosa auditoría que está por llegar para demostrar que toda la culpa es de Bartomeu. El nuevo presidente esperaba que fuera Tebas quien finalmente le negase la inscripción de Messi y se ha encontrado, desprevenidamente, con que Tebas le ha dado la solución que él mismo no se había preocupado de buscar ni de trabajar. Lo ha dejado, según se mire, en ridículo. A Tebas no podrá echarle la culpa.

Servidumbre a Florentino

No solo lo ha desnudado ante la afición barcelonista. Laporta también se ha visto obligado por Florentino, su jefe en estas cosas, a seguirle en la absurda batalla por la Superliga, renunciar, demandar o votar en contra del acuerdo con CVC y habrá de admitir que como resultado de esta partida Messi puede acabar en el PSG y Mbappé en el Bernabéu.

La auditoría explicará el origen de una cuenta de gastos terrible a favor de quienes se comen el pastel, los jugadores, una masa salarial descomunal y la necesidad vital de recortes por esos 350 millones ingresados de menos en la temporada 2020-21 de la cual Joan Laporta y su junta son los únicos responsables. Porque, finalmente, aunque Josep Maria Bartomeu quiso dar la cara, acabar el mandato y hacer frente a los desafíos de esta temporada Joan Laporta y su aparato político no le dieron tregua, lo echaron a patadas del palco, como fuera, incluso mandando el Govern a 95.000 personas al Camp Nou en pleno estado de alarma, confinamiento municipal, prohibición de movilidad y de reunión. Celebraron que se fuera y ahora, a la fuerza, deben lamentarlo.

La estrategia de la inacción, dejar que Tebas y Bartomeu tengan la culpa no es ni buena para el club ni para el propio Laporta que aún quiere vivir como el rey aclamado de la oposición o como en el final de su mandato anterior, como un caudillo, exprimiendo los recursos del Barça sin miramientos y a favor de sus intereses personales. El presidente, para lo bueno y para lo malo, es Joan Laporta. Y sudará, cuidado, para inscribir los fichajes de este año. La auditoría no es la solución ni Tebas el único culpable. Laporta, eso sí, lleva una SA en el corazón. Ya no sabe cómo disimularlo. Conduce como si quisiera estrellar el club contra la cuneta. Al tiempo.