Anoche me invadió una pena enorme. Una tristeza súbita, casi dolorosa. La fatídica noticia que Luis Enrique compartió en las redes sociales me dejó tocado. Muchos sabíamos de la gravedad de la situación, del efecto irreparable que ese cáncer de huesos le podía causar a la pequeña Xana y que guardábamos en silencio por respeto a la voluntad de Lucho y su familia. Pero ni siendo consciente de la enfermedad desde hace meses pude evitar el mal cuerpo ante semejante tragedia. 

Por un momento me dio un poco de tirria el mundo del periodismo deportivo. Obviamente, este tipo de desgracias son el pan de cada día en todo el mundo y el tiempo no se detiene, pero se hacía raro seguir escuchando hablar del cansino culebrón Neymar en los distintos programas nocturnos después de conocerse tan dramática nueva. Ello me recordó que, en ocasiones, el fútbol no vale nada. 

Vivimos en un mundo peligrosamente enfermizo y hay que saber mantenerse al margen para que no te engulla. Celos, envidias, soberbia, egoísmo, mentiras, faltas de respeto constantes y una peligrosa obsesión por el dinero se han apropiado de un deporte que, como solía decir el maestro Miquel Barreres, "no son más que 22 tipos en calzoncillos corriendo tras una pelota". El show business ha pinchado ese balón gastado con el que Ramón Besa jugaba en su barrio. 

Luis Enrique tiene sus cosas, se ha podido equivocar algunas veces, como nos equivocamos todos, pero por nada del mundo se merecía algo tan horrible. Persona honesta donde las haya y luchador implacable, necesitará más que nunca de su feroz carácter para sobreponerse a este dolor. Fuerza, Lucho