El fútbol es pasión y de eso tiene que vivir. De lo que no se puede vivir es del fanatismo y esto es lo que ha traído el VAR: polémicas demasiado esperpénticas a base de que unos pocos cobren sueldos millonarios para vivir de esta nueva tecnología.

Gerard Piqué no representa la garra que se debe sacar en momentos de rivalidad donde se necesitan líderes que den un golpe en la mesa. Piqué representa el Lazarillo de Tormes espavilado que aprovecha para jugar sus armas y esconder debajo de la alfombra un equipo acabado de 19 jugadores con dos lesionados, prácticamente, a tiempo completo: Umtiti y Dembelé. Aprovecho para hacer un parón en medio del artículo para recordar que ante todo he criticado en el primer párrafo el VAR y luego las estrategias de Piqué y otros para aprovechar un tema que nada tiene que ver con la falta de calidad de los culés.

Sigo. El VAR es una fuente de injusticias que sólo salen a la palestra cuando tocamos los pesos pesados. Debemos recordar lo que le hizo al Eibar en Getafe que acabó en empate a uno. El gol anulado a Bigas fue surrealista y los propios medios, no afines ni a uno ni otro club, titulaban el VAR como la fuerza "que rescató" al Getafe. Ante ello: ¿Debemos plantearnos el VAR como una fase de implementación que está experimentando? Si nos fijamos en el ojo de halcón, no le han hecho falta muchos análisis para ver si da resultados o no. La subjetividad del VAR siempre estará presente, no se trata de mejorar el sistema. Se trata de cambiarlo.

Estos que ahora tanto se quejan, fueron los primeros en defender que se introdujera. Y también serán los últimos si sus negocios particulares favorecen.