Hay culés que aplauden la estrategia de apartheid que el club está imponiendo al jugador Ousmane Dembelé. Pero como esto es el Barça, también hay barcelonistas que están en desacuerdo con la decisión que ha tomado la directiva de Joan Laporta con el jugador y que ha contado con el respaldo, seguramente obligado, del entrenador Xavi Hernández. Estoy claramente en el lado de estos últimos.

Creo sinceramente que Xavi no acertó, en la conferencia de prensa de su presentación como nuevo técnico del club, al ensalzar a Dembelé. Lo puso por las nubes. Uno de los mejores del mundo, llegó a decir. La declaración no escapó a los oídos del representante del jugador que inmediato vio que su futbolista de estar en la zona baja del mercado pasó a estar en lo más alto. Subió el precio de su renovación. Xavi fue sincero. Dijo lo que pensaba y, además, seguro que intentó dar un espaldarazo de confianza a un jugador útil para mejorar el juego del equipo.

Que Dembelé ha sido un fracaso por tener un físico de cristal es algo que nadie puede negar. Y que es un fenómeno, también es una verdad irrebatible. Pero ahora, que parece estar en forma, es el momento de aprovecharlo y no de despreciarlo y devaluarlo al mismo tiempo. No está el equipo para prescindir de jugadores, y menos de Dembelé. Tiene un contrato en vigor y debería justificarlo con su trabajo, aunque sea por lo que resta de temporada. El castigo impuesto es una horrorosa medida en la que ni gana el Barça como club, ni el entrenador que está necesitado de jugadores resolutivos.

En el PSG, entidad a la que le sobra el dinero, sucede todo lo contrario. Todas las apuestas apuntan a la marcha de Kylian Mbappé al Real Madrid la próxima temporada. Pero el mejor castigo, si se le puede llamar así, es alinear al jugador en cada partido. No de presionarlo con una medida propia de gobiernos autoritarios y de presidentes que insultan a los árbitros sin importarles dónde están sentados y en representación de quién.