Con unos minutos iniciales de titubeo y sin la solidez que se espera de un campeón, pero hoy puede decirse alto y claro que el Barça de Messi ha vuelto. La victoria sobre el Nápoles (3-1), en la línea del último triunfo solvente en Liga contra el Alavés o del que se firmó en Villarreal, es todo un canto a la esperanza para un equipo que, a pesar de todo, aspira a ganar la Champions.

Con el Real Madrid eliminado justamente por el City de Guardiola, Barça y Atlético son los máximos exponentes del fútbol español que aspiran a la orejona. Los de Simeone están contentos porque no se encontrarán a su némesis en una hipotética final, mientras que los culés sonríen porque tienen una última bala en la recámara para camuflar el efecto de la Liga levantada por los blancos gracias, en buena medida, a un aluvión de ayudas arbitrales.

Contra el Nápoles, el Barça de Setién no recordó al de Guardiola, pero arrasó a su rival a lo largo del tiempo reglamentario. Salvo en los ocho primeros minutos, donde los de Gattusso lograron firmar tres llegadas claras al área de Ter Stegen en un aviso a navegantes que obliga a seguir alerta. La segunda parte tampoco fue para tirar cohetes y evidenció las carencias físicas de un equipo muy corto de efectivos, víctima de una planificación negligente.

Pero también es muy importante decir que los azulgranas fueron superiores al rival y demostraron que si tienen pegada pueden poner en apuros a cualquiera. Incluso al Bayern de turno, por muy fuerte que ruja. Perro ladrador, poco mordedor… y en esta ocasión el Barça va de tapado. Muchos lo ven como el “pobrecito” de los candidatos a ganar. Las casas de apuestas prácticamente ni lo contemplan y le dan más posibilidades al Atalanta y el Atlético.

Un escenario en el que Messi y sus compinches se sienten más cómodos, acostumbrados a cargar siempre con el cartel de favoritos. Cuando no lo llevan, se pican. Porque les van los retos. Porque pese al paso del tiempo, mantienen el carácter ganador. Porque aún tienen la espina clavada de Roma y Liverpool.

Si Leo saca su gen competitivo, como hizo contra el Nápoles (especialmente en el segundo gol, una demostración de garra; o con su arenga al descanso), ya pueden empezar a temblar en la capital. Nada mejor que una Champions para cerrar bocazas.