El Barça de Quique Setién no carbura. Es un equipo de fogonazos. Escasamente regular, más próximo al efecto montaña rusa. El aficionado ya nunca sabe qué esperar, no sabe qué se encontrará... El problema es que el entrenador y los jugadores tampoco. 

El partido contra el Villarreal supuso un rayo de luz en esta etapa sombría que está siendo el regreso a la competición tras el confinamiento. Parecía en Mallorca que los blaugranas lo pillaron con ganas con una goleada abultada en el primer envite por el título liguero. Sin embargo, en el segundo asalto, contra el Leganés, ya irrumpió la desidia. 

Quique Setién no encuentra la fórmula para combatir contra equipos encerrados atrás. Cuando entrenaba al Betis podía jugar más alegre porque los rivales le dejaban más espacios, pero ante el Barça es otra cosa. Todos son conscientes de que Messi estará delante y las medidas de precaución son máximas. Si a ello le sumas un entrenador que apela todo el tiempo a la prudencia, la paciencia y al conservadurismo, nos encontramos con un resultado evidente: partidos muy aburridos. 

El Barça ya no corre como antaño. No fluye como antes. Ni siquiera Messi, que este sábado firmó un registro negativo que para algunos será un indicio claro del principio de la decadencia que por cuestiones naturales debe llegarle tarde o temprano. Nunca antes a lo largo de su longeva carrera, Messi había encadenado siete partidos seguidos anotando tan solo un gol (y de penalti). 

No hay nada que reprochar a Messi, el mejor jugador de todos los tiempos. Pero cada vez le cuesta más sacar las castañas del fuego al equipo catalán y cuando el genio no está inspirado --lleva varios partidos fallando ocasiones de aquellas que solía acertar-- las vergüenzas del conjunto culé quedan al descubierto. 

A Messi le está costando más que antes, pero sobre todo le está costando a Setién, cuyo Barça se ha convertido en lo contrario a lo que prometió: un homenaje al aburrimiento. Y el principal problema que esgrime es una evidente dificultad para leer los partidos y cambiar el signo de los mismos. 

Messi y Quique Setién, en un momento del derbi del Barça con el Espanyol / EFE

Messi y Quique Setién, en un momento del derbi del Barça con el Espanyol / EFE

Messi y Quique Setién, en un momento del derbi del Barça con el Espanyol / EFE

Mientras el Txingurri Valverde, que también jugaba a menudo a dormir al espectador, se caracterizaba por leer bien las segundas partes para cambiar el signo del partido, Setién es de los que rara vez consigue una reacción cuando el encuentro está atascado. Algo que se le da mucho mejor al Real Madrid de Zidane, capaz de salvar muchos puntos en las segundas partes.

Sí que logra, el técnico cántabro, sorprender a veces con el planteamiento inicial (el 4-3-1-2 contra el Villarreal y el Espanyol o el 3-5-2 de Pucela o con un Barça que dio la cara durante los primeros 30 minutos contra el Sevilla) pero necesita mejorar cuando el rival encuentra la forma de parar a sus jugadores. 

Y si la razón para explicarlo es el cansancio, la edad o la escasez de plantilla antes que el aspecto táctico, la realidad es que el problema sigue siendo igual de grave. O más.