En la familia no sabemos el motivo. Yo tengo la teoría de que le gustaba llevar la contraria. Mi padre y el Tete piensan lo mismo: “Era por tocar los cojones”.

Decía que era del Espanyol, pero se enfadaba cuando perdía el Barça, aunque no veía los partidos. Se enteraba por la prensa o por los comentarios de su amigo José, un culé empedernido con quién almorzaba todas las mañanas en el bar del Jaume, que luego fue el bar de la Ana. Mi abuelo era perico pero simpatizaba con el Barça por la pasión con que lo vivíamos los que estábamos a su alrededor.

Diu el Pedrito que l'entrenador aquest no val”, “tu creus que han de tornar a fitxar el brasileñu aquest? El José està com una moto” o un simple “però què li passa al Barça?” eran comentarios recurrentes que utilizaba para saber mi opinión, porque más allá de que el fútbol realmente le interesaba bien poco, le gustaba estar informado de todo y se preocupaba por nuestras inquietudes. Mucho antes de todo esto, disfrutaba haciendo rabiar a su suegro.

Quan el meu pare es va enterar que m'anava a casar amb un noi que era de l'Espanyol, va i em diu: 'No lo quiero ni ver'. I el Jesús em va dir: 'Que si cal em faig del Barça, eh'”, cuenta mi abuela María, divertida. El pasado 19 de enero hicieron 67 años de casados. Se querían con locura.

Risueño, generoso, honesto y noble como pocos, tenía un punto cascarrabias. Travieso y seductor. Amaba el debate casi tanto como los almuerzos de cuchara y le caracterizaba un enorme espíritu crítico que hacía inevitable que el estar a su lado se convirtiera en un aprendizaje constante.

El pasado 7 de marzo nos regaló un recuerdo maravilloso durante una calçotada familiar en Masbarrat. Fue un adiós anticipado aunque no éramos conscientes de ello. Estaba estupendo al sol, con una clarita en la mano y respirando el aire del monte. Los médicos le limitaban la ingesta de líquidos porque se le encharcaban los pulmones, pero con su gracia natural lograba ir robando algunos sorbitos de lo que fuese. Verlo amorrado al porrón de vino como un cosaco, engullendo calçots y gozando de las mongetes de Santa Pau rodeado de los suyos será inolvidable.

Este domingo 22 de marzo se detuvo su corazón a primera hora de la mañana. Tenía unas décimas de fiebre y una bronquitis se lo llevó mientras dormía en su butaca, después de haber pasado una mala noche que le obligó a salir de la cama. A sus 93 años, con la cabeza impecable y la tranquilidad del que está en paz consigo mismo, se fue el mejor consejero que uno podía tener.

No podemos decirle adiós en persona. Tenemos que esperar a que pase toda esta mierda por el riesgo de propagación del virus a la abuela y a la tía Fina, que por designios del destino quedó confinada con ellos para hacerles compañía en estos momentos difíciles. Fue tan responsable que no dejó a la iaia hasta que se aseguró de que estaba bien acompañada, por mucho que sus lágrimas esporádicas hacía meses que delataban su voluntad. Resistió para no dejarla sola.

Nadie tuvo nunca una mala palabra sobre él. Todos lo queríamos y respetábamos de manera admirable. Jesús Malo Chesa fue el abuelo que cualquier nieto hubiese deseado tener. La mejor persona que he conocido. T'estimo avi.