El debate sobre el protagonismo y el coste de las secciones es habitual en el Barça, sobre todo cuando se contrata a un jugador de perfil alto o muy alto. Rara vez ocurre con el balonmano o el fútbol sala, pero es recurrente cuando se ficha a una estrella del baloncesto. El primer equipo acumula cinco años sin ganar la Liga ACB y la junta directiva que preside Josep Maria Bartomeu necesita un golpe de efecto. Los últimos remedios son insuficientes para un club como el Barça.

José Luis Núñez, presidente del Barça entre 1978 y 2000, interpretó perfectamente la importancia de las secciones y el impacto de sus victorias. En tiempos de penurias del fútbol, cada título que ganaba el baloncesto tenía un efecto terapéutico en la afición azulgrana, orgullosa de cada éxito del Barça de Epi, Solozábal, Sibilio y compañía ante el Real Madrid. El Barça fulminó el monopolio madridista y algunos triunfos fueron elevados a la categoría de gesta, como la Liga ACB conquistada ante el Real Madrid de Petrovic

Joan Gaspart, su sucesor, es considerado por muchos como el peor presidente de la historia del Barça. El equipo de fútbol no ganó nada y sus fichajes, sobredimensionados económicamente, forman parte del museo de los horrores del Camp Nou. Gaspart, sin embargo, tenía claro que el Barça tenía que ganar la Euroliga de 2003 en el Palau Sant Jordi y tiró de talonario. Los fichajes de Dejan Bodiroga y Gregor Fucka tuvieron recompensa y el Barça rompió su maleficio en Europa.

Joan Laporta, empeñado en reactivar al equipo de fútbol con fichajes ilusionantes como los de Ronaldinho, Deco y Eto’o, se despreocupó del baloncesto, escenario de las tensiones internas con Sandro Rosell y Bartomeu. La destitución de Pesic y la posterior apuesta por Ivanovic fueron dos decisiones erráticas, solucionadas con la contratación de Chichi Creus y Xavi Pascual. En 2010, en su último año de mandato, el Barça ganó su segunda Euroliga en París.

Sandro Rosell también despreció el baloncesto y cometió errores de bulto durante su gestión. Un año después de tener un acuerdo verbal con Rudy Fernández, el alero mallorquín fichó por el Real Madrid. Tampoco encontró la fórmula Bartomeu para frenar a un Madrid hegemónico, que le robó Gustavo Ayón y Walter Tavares al Barça. 

En plena época de recortes en el Palau, el Barça erró con muchos fichajes. Fichó mal y caro. El equipo se debilitó y, hace un año y medio, tocó fondo con Sito Alonso. El regreso de Pesic frenó la caída, pero el grupo azulgrana seguía estando a años luz del Madrid, vulnerable a un partido pero muy superior en una serie.

A dos años para que finalice su mandato, Bartomeu ha cambiado de estrategia. No quiere ser recordado como el presidente que nunca ganó una Liga de baloncesto y ha elevado el presupuesto de la sección. Los fichajes de Higgins y Davies mejoran el nivel de la plantilla, pero su apuesta es mucho más ambiciosa. No se conforma con destronar al Real Madrid y ambiciona la Euroliga, una misión más asumible si regresa Abrines y, sobre todo, si contrata a Mirotic, en su día la gran estrella del Real Madrid. Su fichaje es estratégico en todos los sentidos. Le saca los colores al eterno rival y contrata a un jugador muy top. Al Bodiroga de 2019.

El fichaje de Mirotic es tan necesario como ilusionante cuando el Barça prepara ya la construcción del nuevo Palau Blaugrana. Más cuestionable es la renovación de Pesic, que frena cualquier proyecto a medio y largo plazo, pero Bartomeu confía en su técnico fetiche para fulminar una pesadilla que le persigue desde que ganó las elecciones de 2015.