En Crónica de una muerte anunciada, García Márquez tuvo la habilidad de escribir en el principio del libro lo que exactamente iba a sucederle a Santiago Nasar por parte de los hermanos Vicario. Lo iban a matar… Y lo mataron.

En las crónicas sobre el Barça de los últimos años son muchos los que queriendo ser profetas han visto al equipo al borde del abismo. O lo que es lo mismo, en pleno  derrumbe, camino de la ruina, hundido en un naufragio y hasta su conversión en una estatua de cera. Es decir, muerto.

Coincidencias de la vida, el Barça recibió su tercera derrota en la Liga en plena tarde del Día de los Muertos ante el Levante, la bestia negra del equipo de Ernesto Valverde, igual que el Málaga lo fue para el Barça de Luis Enrique. Y ya no quiero retroceder más para evitar suspicacias ajenas, pero todos los equipos, en cualquier deporte, siempre tienen una mala racha ante un determinado rival.

Pues precisamente en el día de los difuntos solo hacía falta una nueva derrota para que revivieran las peticiones de cabezas del presidente del club y del entrenador del equipo. También para practicar el ejercicio más fácil del análisis periodístico que es acordarse del futbolista que no ha jugado o del que no ha sido convocado. Pasamos del delirio por Ter Stegen y la alucinación por Messi el Barça de las áreas- a la necesaria alineación de Busquets. Y resucitan Roma y Liverpool.

Y todo eso unido a que ese día no parecía el día de los muertos sino el día del fin del mundo. Parecía que perder el liderato era entregar el título. Porque, claro, los profetas estaban seguros que en el Sevilla-Atlético de Madrid habría un vencedor que superaría al Barça en la clasificación, y, especialmente, que el Madrid golearía al Betis y se haría dueño del liderato y casi ganaría el título el 2 de noviembre, a falta de 27 jornadas para el final del campeonato.

Que el Barça no es el que era, ya lo sabemos. Que el Barça ya no mete miedo, también es conocido. Pero de ahí a enterrar a un equipo y un entrenador que ha ganado los dos últimos títulos de Liga hay un abismo. Lo que sí es cierto y solo los entrenadores como Paco López, Zinedine Zidane, el propio Valverde o jugadores como Sergio Ramos o Busquets reconocen que en el fútbol y en esta Liga las distancias entre los equipos se han acortado. Aquí ya no se gana con el nombre. Cualquier adversario sabe o ha estudiado cómo detener a Messi o por dónde flojea Ter Stegen, y todos los equipos intentan convertir su campo en un fortín.

Será porque creo que el Barça ya no es tan superior como otros años es que todavía pienso que la grandeza del fútbol es precisamente la que permite a un rival teóricamente chico creer que a los grandes también se les puede vencer. 

En la novela de Gabo, la madre del desgraciado protagonista corre en su búsqueda desesperadamente y en el camino alguien le dice: “No se moleste Luisa Santiago. Ya lo mataron”. En esta crónica del día después del día de los muertos permítanme escribir que a este Barça todavía no lo han matado.