En 2020, Joan Laporta eligió las instalaciones de la Fábrica Moritz, en Barcelona, para fijar la sede de su candidatura con vistas a las elecciones azulgranas. Fue una decisión algo controvertida por el hecho de que el patrocinador cervecero del Barça es Damm, y en aquel momento hubo voces que pusieron el grito en el cielo por si esa decisión podía tener alguna repercusión más allá de lo anecdótico. Por ahora, y ya ha pasado un año y medio desde entonces, no ha pasado nada. Laporta ganó y Damm se mantiene como global partner del club –como no podía ser de otro modo, ya que el contrato firmado se extendía hasta 2022–.

Sin embargo, el de Laporta no fue el primer acercamiento del Barça a Moritz, aunque el anterior fue igualmente efímero. Para encontrarlo hay que viajar atrás algo más de un siglo y buscar al alsaciano Louis Moritz Trautmann. Llegó a la ciudad con apenas 21 años y, aprovechando sus conocimientos cerveceros, empezó a trabajar en la fábrica Ernest Ganivet –que cerró poco después–.

Ello fue el trampolín de Moritz para fundar su propia compañía (Luis Moritz & Cía.) en 1856, que amplió en distintas etapas: en 1859 adquirió las instalaciones aledañas; en 1864, abrió su nueva fábrica (y vivienda familiar) en la ronda de Sant Antoni (donde hoy se encuentra el restaurante Fàbrica Moritz) y, en 1897, levantó la persiana de la Cervecería Moritz (calle Sepúlveda, 183), que en 1904 convirtió en un restorán que bautizó como Casa Moritz.

Esa Casa Moritz, la de la calle Sepúlveda (no queda ni rastro de aquel edificio), tenía planta baja y dos pisos, y era lugar de celebraciones familiares y punto de encuentro de entidades y asociaciones. Y, aunque cerró sus puertas en 1920, todavía tuvo tiempo de acoger la sede social del Barça. De hecho, el restaurante era lugar habitual de ágapes deportivos y, en 1910, el club barcelonista se instaló en el edificio tras adquirir la sala que tenía el Club Suizo de Barcelona en los altos de la Casa Moritz. Allí permaneció la entidad blaugrana hasta 1912, apenas dos años. Por ello parece que la relación entre el Barça y Moritz es, cuanto menos, complicada. Se respetan y se aprecian, pero nunca terminan de cuajar.