¿Qué les contará o cómo les convencerá el día que sea presidente y deba mantener rectos los jugadores del primer equipo? Esta es una pregunta que se debe formular Gerard Piqué si se plantea, todavía, aspirar a la presidencia azulgrana. No comulga con el ejemplo y ya van dos en menos de una semana: con bici, sin respetar las normas de velocidad de Barcelona y practicando un deporte con una intensidad fuera del código interno que tiene marcado como jugador. Y aquí va la segunda: ayer haciendo wakesurfing en el Pantà de Sau que, para más recochineo, es él mismo que nos informa y publica la actividad extraescolar a través de su perfil de Instagram. Se está saltando todas las normas, ¿Así pretende hacer algo de futuro cuando las piernas le digan que ya no dan para más?

Pero no son sólo los ejemplos como jugador que frustran estas expectativas. También el presente más cercano como presidente del Andorra. Poco ejemplo dio dando puerta y despidiendo a Gabri por tan sólo tres derrotas esta temporada. Una persona que se volcó con su familia en ir allí y firmar unos inicios, cuando Piqué adquirió el club, muy dignos pese a la banda con la que partía. Todavía es más chocante si tenemos en cuenta que Gabri era (porque ahora lo dudo), un íntimo amigo suyo.

Piqué lo quiere ser todo en primera división: jugador, entrenador y presidente. De momento, jugador y, con suerte después del retiro de muchos, uno de los capitanes que finalmente fue votado por descarte.

En paralelo, la Liga cada vez está más lejos. Todavía más con el 1 a 2 del Madrid que se impuso ayer al Granada. Pero queda la Champions. Y si se lesiona Piqué con sus pasatiempos, ¿qué pasará? Las gracias se irán para otro lado.