Riqui Puig acumula unos números de auténtico fracaso sólo compartidos, a grandes rasgos, por un lesionado crónico como Umtiti. La diferencia es que Riqui es joven y no sufre ninguna lesión. Aun así, lo siguen promocionando y aguantando y viviendo de una juventud que ya sabemos que nunca es eterna. Desde el 2020, ya son dos años, tiene ficha del primer equipo. No hace falta compararse con ningún otro jugador.

Desde el 2020, las cosas ya empiezan a pesar un poco. Pero es interesante entender los hilos que han llevado a Riqui en el primer equipo. Y en estos hilos hay un autor claro: su padre. Él es quien, desde las categorías más minis infantiles, iba detrás de los entrenadores apretando para promocionarlo como fuera. Muy diferente del saber hacer del abuelo de Gerard Piqué, Amador Bernabéu, que nunca obró de esa manera y, pese a las críticas que podamos tener hoy de Piqué, no cabe duda que ha sido uno de los mejores defensas de nuestros tiempos.

Pero siguiendo con la presión que ejercía el padre de Riqui con la escuela azulgrana, jugó la táctica del desgaste para que los formadores lo promocionaran y se sacaran de encima la pesadez que cada día escuchaban por parte de la familia. Este apoyo, que a veces con exceso no acaba siendo bueno, lo ha hecho llegar a lo más grande. Y cuando ha hecho falta consolidarlo pese a ver sus grandes vacíos como jugador, también ha estado el padre para crear vínculos con jugadores de poder. Volvamos a Piqué y la implicación y motivación que ha tenido la familia Puig en animarlo con sus facetas empresariales…

Y así llegamos a día de hoy. Con un juguete roto. Si ya no era tan bueno como los otros, una mala vida cargada de noches de fiesta cuando no tocan lo han rematado. Fotografiarse con la camiseta del Barça lo ha desvirtuado como persona. Y lo más triste es que ya no hay marcha atrás. ¿Hasta cuándo durará la broma?