Con Luis Enrique y Ernesto Valverde el Barça ganaba, pero no gustaba; conquistaba el título de Liga con holgada diferencia sobre el segundo y algunos afirmaban que había sido porque nunca se había visto un Madrid tan malo. Y el juego no gustaba porque no era el estilo, tampoco tenía el ADN, nada se parecía a como cuando el equipo era entrenado por Pep Guardiola. He ahí la semilla, la causa, el argumento y la razón de lo que hoy es el Barça. Seguir siendo observado en un espejo roto. Y no porque, como también aseguran algunos, el malévolo  objetivo de los gobiernos de Sandro Rosell y Josep María Bartomeu era destruir toda la obra maestra del anterior mandatario, olvidándose que los dos ex presidentes algo pintaron en la formación de aquel equipo tan incomparable como inolvidable. Simplemente aquello terminó porque algunos futbolistas se hicieron mayores. Pero eso pertenece al periódico de ayer.

Con Ronald Koeman en el banquillo el equipo ha recuperado otro aire, diferente al de la última temporada. Este es un equipo que promete mucho y no solo porque es más joven, también porque hay mucha calidad y los nuevos tienen hambre de triunfo. Lo demostró en Turín, donde su triunfo fue muy destacado por la prensa italiana. Es un conjunto que requiere de confianza y de mucho crédito. El entrenador necesita eso. Koeman tiene personalidad y ejerce la autoridad. No parece estar casado con nadie del vestuario. De momento, los resultados en la Liga no son los deseados, pero como decía Johan Cruyff y repite Koeman, lo importante es que hay oportunidades de gol. Ya entrarán los goles. 

A los que aplaudíamos aquellos triunfos de los Barça de Luis Enrique y Valverde nos llamaron “resultadistas”. Hoy, los que nos bautizaron así están reclamando éxitos en noviembre.