El trompazo de Lisboa (2-8 contra el Bayern) fue definitivo. No podía ser de otra manera. El despido de Quique Setién ni se discutió. Tampoco, la salida de algunos futbolistas. Más crispada, pero necesaria, fue la renuncia de Josep Maria Bartomeu y su junta directiva en un club demasiado agitado, con una creciente guerra sucia entre el vestuario y el palco que no presagiaba nada bueno desde hacía mucho tiempo.

Hoy, el Barça está en manos de una junta gestora y Ronald Koeman, un mito al que todavía se respeta y al que no debería discutirse su autoridad. Carácter le sobra, pero necesitará mucho más para potenciar las virtudes de una plantilla con muchos egos y algunos vicios enquistados. La esperada revolución se quedó a medias. Pocos cuestionan hoy las ausencias de Rakitic, Arturo Vidal, Arthur, Semedo o Luis Suárez, pero todavía sobran algunas piezas. Dembélé y Griezmann no encajan y Sergio Busquets es cada vez menos solvente. Siempre le sobran metros o le faltan piernas.

Gerard Piqué, Jordi Alba y, sobre todo, Leo Messi también son responsables de la hecatombe del pasado verano. El primero parece haberse puesto las pilas, el segundo ni tan siquiera tiene recambio y el argentino ha ganado su última batalla tras poner patas arriba a la institución con un burofax incendiario. Hoy, Messi parece haber recuperado la motivación, pero es un futbolista decreciente. Él sigue siendo el epicentro del Barça. El problema es que ya no resuelve como antes. Es un jugador mucho más terrenal. Eso sí, con mucho poder, demasiado.

El Barça, desde hace más de una década, se resume en Messi y 10 futbolistas más. La fórmula funcionó muy bien hasta hace dos años, pero ya no se sostiene. La auténtica reconversión llegará el día que se vaya Leo (eso sí, con todos los honores) y el equipo priorice el juego colectivo a la pleitesía individual. Koeman, de momento, parece tener buena sintonía con Messi, a quien le deja que lo juegue todo. No es la mejor solución, pero tal vez sea la única posible para evitar que las llamas se reactiven en el Camp Nou.

A la espera de un proceso electoral con muchos pretendientes, el Barça se ilusiona con los jóvenes. Es tanta la frustración que algunos ya se conforman con el desparpajo y la clase de Pedri y Ansu Fati. También ilusionan Dest y Trincao en un equipo que todavía está en fase de construcción. Que no de transición, palabra que no existe en un club tan exigente y volcánico como el Barça.

El Barça ha dado señales de vida, pero no son definitivas. Koeman no lo tendrá fácil para imponer su modelo, a la espera de que en invierno lleguen Eric García o Depay. Poco después llegará un nuevo presidente, que tampoco lo tendrá fácil para cuadrar los números y hacer limpieza. Mientras, la pelotita dictaminará si el paciente ha sanado, si sigue enfermo o ya se encuentra en un estado terminal. En la agonía, Laporta es quien tiene más opciones de ganar en las urnas. Él supone la ruptura total. El cambio más pausado, posiblemente, estará liderado por Emili Rousaud. Y, entre ambos, está Víctor Font, mucho más próximo al laportismo que al rosellismo.