Este viernes el mundo del fútbol giró alrededor del sorteo de cuartos de final de la Champions League. Aunque el día dio de sí, con la primera rueda de prensa de Zidane como entrenador blanco en su segunda etapa, la comparecencia de Luis Enrique después de dejar a jugadores como Isco y Saúl fuera de la lista de la Roja, o el nuevo incendio de Dembelé en Twitter, todos los focos estuvieron centrados en los cuatro emparejamientos de la competición continental.

Los ocho mejores equipos de Europa se la jugarán a cara o cruz en unas eliminatorias que se disputarán entre el 9 y el 17 de abril. Por primera vez en muchos años, el sorteo también dejó marcado el cuadro de semifinales, de forma que los equipos conocen ya a sus posibles rivales.

Los bombos fueron benevolentes con el FC Barcelona y le depararon un rival teóricamente asequible. El Manchester United es hoy un club con más historia que fútbol. Venido a menos desde la marcha de Ferguson pese a ruinosas inversiones en fichajes millonarios, los red devils no parecen tener argumentos suficientes para discutir la eliminatoria al Barça.

El buen momento de Pogba, apoyado en jugadores peligrosos como Rashford, Lukaku o Lingaard no parece suficiente para plantar cara a los Messi, Suárez, Dembelé, Coutinho, Rakitic, Busquets, Piqué y compañía. La diferencia de nivel, a priori, es importante.

Pero no solo en este sentido las bolas se portaron bien con el único equipo español que queda vivo. También lo hicieron con el cruce de semifinales. En caso de superar al United, el Barça se medirá al ganador del Liverpool-Oporto. Dos rivales fuertes, sobre todo los ingleses, pero menos favoritos al título que la Juventus y el Manchester City, condenados a verse en la otra semifinal. El hipotético Messi-Cristiano solo se vería en la final. 

Lo cierto es que el torneo quedó que ni hecho aposta. Y es que estaba claro que había cuatro grandes cocos en los bombos: la Juventus, que remontó un 2-0 en contra a todo un Atlético de Madrid (3-0); el Liverpool que arroyó al Bayern (1-3) en el Allianz Arena; el City de Guardiola, que se llevó por delante al Schalke en una goleada histórica (7-0); y, cómo no, el Barça de Messi, capaz de doblegar a un rival peligroso como el Olympique de Lyon con contundencia (5-1).

Tan positivo parece el sorteo que es obligatorio pensar que hay gato encerrado. La buena fortuna anticipada en el deporte de élite es, a menudo, engañosa. Invita al confort, al optimismo... y un exceso de relajación es el primer paso de la caída al abismo.

Estamos ante un Barça que recuerda en una cosa al Real Madrid de toda la vida: gana más por pegada que por buen fútbol. Y jugar a eso da seguridad, pero también es peligroso. Si te cruzas con un rival bien armado o tienes la pólvora mojada, te pueden pintar la cara.

El Barça de Valverde gana con firmeza, pero no convence a la culerada. Las críticas sobre el Txingurri retruenan desde la debacle de Roma hace casi un año. Aquella derrota catastrófica obliga a tener las luces de alerta encendidas en todo momento. La debilidad que transmite el United –eliminó al PSG pese a no jugar demasiado bien– es un arma de doble filo. A la que los azulgranas se confíen se pueden encontrar con el cuchillo en la garganta. Si las cosas no salen, no tengan dudas: rodarán cabezas.

Recordemos que en este tipo de competiciones, para ganar hay que llevarse a los mejores por delante. Al menos, así le suele ocurrir históricamente al Barça. Sin ir más lejos, con Luis Enrique en 2015 hubo que eliminar al campeón inglés (City), al francés (PSG), al alemán (Bayern) y al italiano (Juventus) en la final de Berlín.

Valverde es especialista en llamar a la calma. Messi y asociados tienen la experiencia suficiente como para no confiarse y gestionar la presión de ser favoritos. Pero también pensábamos así antes de visitar Roma. La música celestial de la Champions no perdona. Tensión, o perdición.