El Barça, en un peligroso ejercicio de funambulismo, se jugará toda la temporada en la Champions. La Liga, la Copa y la Supercopa han retratado la decadencia de un equipo que no ha sabido renovarse en un curso muy movido, sin una dirección deportiva fiable y con demasiadas turbulencias en el vestuario.

Los problemas actuales del Barça vienen de lejos. Desde que ganó la última Champions, en 2015. El club, desde entonces, ha invertido mucho dinero para rejuvenecer su plantilla. La mayoría de las inversiones han sido un fiasco, con muchas incorporaciones sin sentido alguno. Ya sea por su baja calidad o por su precio excesivo. Hace un año, por ejemplo, llegaron De Jong y Griezmann. Nadie discute su calidad, pero sí el encaje del mediapunta francés, un futbolista letal con otro modelo futbolístico y con movimientos muy parecidos a Messi.

El desenlace de la Liga ha sido frustrante para el Barça, incapaz de encadenar dos partidos buenos. Su rendimiento ha sido insatisfactorio, pero nada molesta más a la afición que ver a su ídolo frustrado. Las críticas de Messi contra Setién tras la derrota contra Osasuna son propias de quien se siente legitimado para disparar contra todo bicho viviente. Y basta que Messi exprese su malestar para que se activen todas las alarmas en un club con muchos tics del pasado.

El Barça, hoy, puede ganar la Champions. En teoría debería superar la eliminatoria contra el Nápoles y luego jugársela a partido único desde cuartos de final. Pero su fútbol es demasiado plano, intermitente, previsible. El equipo no transmite ilusión y más de uno se prepara para un verano muy movido. La crisis del coronavirus, al menos, ha evitado que la hinchada expresara su enojo en el Camp Nou.

Bartomeu, a un año de las elecciones, está contra las cuerdas. Las cuentas no le cuadrarán esta temporada y deberá ser muy prudente con las del próximo ejercicio. La masa salarial de la plantilla está sobredimensionada y no hay dinero para renovar una plantilla que necesita un meneo de campeonato. En la necesidad, tal vez, encuentre el Barça la fórmula para aliviar sus males. En lugar de obsesionarse con fichajes de medio pelo, bien harían sus responsables en bajar la mirada al filial, donde esperan Araujo, Illaix, Monchu y Collado, entre otros.

La opción más fácil, como siempre, pasa por cambiar de entrenador. Setién lo tiene crudo. No ha conectado con los futbolistas y el Barça necesita nuevos estímulos, a la espera de Xavi. Porque este es el guion que algunos ya han escrito para un futuro a corto o medio plazo que se definirá en las próximas elecciones presidenciales. Y ahí, en la lista de presuntos candidatos, el panorama tampoco es muy alentador. Al tiempo.