Tuvieron la Liga en sus manos y la dejaron caer. Habían hecho lo más difícil, que era ilusionar a los aficionados después de conquistar la Copa del Rey y de una remontada espectacular. Muchos creyeron en el lema denominado efecto Laporta, pero no. Lo que apareció, o reapareció, fue el defecto de un grupo de jugadores, a los que hay que agradecer los servicios prestados, las noches espectaculares, los títulos conseguidos, los goles maravillosos y el fútbol cautivador que enamoró a medio mundo.

Puyol, Iniesta y Xavi tuvieron la inteligencia de despedirse por la puerta grande en el momento idóneo. Con ellos también marcharon muchas otras cualidades del Barça: carácter, madurez y calidad. Puyol dotó al vestuario de juicio y discreción. Jamás se le oyó levantar la voz contra la entidad o algún directivo, pero sí para ordenar a sus compañeros que dejaran de bailar en Vallecas tras la consecución de un gol. Xavi e Iniesta aportaron excelencia y lucidez. Encontrar otros como ellos será difícil.

Muchos de los que se quedaron y que aparecen en todas las fotos de las últimas derrotas podían haber tomado la misma decisión. Pero no lo hicieron. La dejaron en manos de la directiva, esperanzados seguramente en que la vida iba a seguir siendo bella. Qué pena verlos hoy en plan perdedores cuando creían haber nacido triunfadores eternos.

Tiene mucho trabajo por delante la nueva directiva. Hace días debía haber zanjado la incertidumbre sobre si Ronald Koeman continuaría al frente del equipo la próxima temporada, quizás esperando que los resultados marcaran el proyecto. Como también hace días que se tenía que haber resuelto la pregunta sobre si Messi seguirá o se irá. Un club grande no puede vivir en vilo. Eso crea angustia e inestabilidad.