La deriva del proyecto blaugrana radica en la idea. No hay una respuesta que haga comprensible por qué una plantilla como la del Barça puede perder y hacer el ridículo contra un recién ascendido Granada. Las cosas claras: debe reconocerse el gran potencial de los últimos fichajes que deben proyectar el club, De Jong pero también Arthur o Griezzman. Sin embargo, es una evidencia que el grupo no cuaja. Y aunque ciertas actitudes son lamentables, como la del delantero francés pensando en lo que hizo la temporada pasada quedándose en el Atlético o la permisividad que se concede a jugadores que no rinden en sintonía al sueldo que cobran, el todo no se puede destruir. Ni mirando al pésimo Real Madrid de Zidane, los blaugranas pueden allar el consuelo.

Y en estas queda el recurso fácil: poner la lupa en el entrenador. Por una cuestión propia, hace méritos para ponerlo en duda. Los cambios, tardíos y mal gestionados, ya vienen de la temporada anterior. Pero también es verdad que ha sido un títere en muchos momentos: pedir a Íñigo Martínez nada más llegar y que le haciesen caso omiso (eso no pasaba con Luis Enrique incluso pidiendo a un Arda Turan que todo el mundo avisaba que no valía un duro); abstenerse del culebrón Neymar pidiendo que se acabara el episodio sobre su posible vuelta; y esta semana descubriendo que está sorprendido porque se siente observado.

Esta ha sido la guinda de un pastel que confirma que Valverde tiene buenas intenciones, educación y respeto (los periodistas podemos dar fe) pero empieza a quedarle grande el club. Del Athletic salió desgastado y aquí se ha convertido en un mero gestor que no ha sabido imprimir carácter, porque no le han dejado y porque no se ha impuesto. Y vamos a dar ejemplos.

Si alguien del vestuario quiere pedir algo relacionado con el espacio de entrenamiento o su titularidad, todo ello no pasa el primer filtro del entrenador. A diferencia de Luis Enrique, Valverde no se lo toma mal pero aquí no hay un buen patrón de barco. Mantiene una buena relación con los jugadores pero falta verlo con el cargo que lleva implícito.

En la política de fichajes no ha pintado nada. Desde los inicios, que ya he comentado anteriormente, a desmarcarse este verano de cualquier operación extra. Y lo poco con lo que se le relaciona últimamente es una Masía en horas bajas con la que no acaba de definirse si su estrategia es o no la correcta.

Y para terminar, recordar que nunca ha sido una opción unánime para liderar el banquillo azulgrana. Con el juego del descarte, su perfil se escogió porque era radicalmente diferente a Luis Enrique en lo que respecta a la gestión de sus emociones públicas. No había nadie más que convenciera, más allá de alguna gran figura, y Messi tan solo dijo que todavía no lo conocía. No desencajaba con la filosofía del club. La directiva tanteó, e incluso vino Klopp a Barcelona, pero su estilo dista del de aquí. El problema de Ernesto es que carece de estilo, personalidad y lo más importante, credibilidad.