Como si de aquella retahíla de soldados de la Resistencia en la delirante Top Secret se tratara, el Barça se ha metido de cabeza en el meollo de la temporada recitando una lista de nombres propios de sabor afrancesado. "Muy bien. Aquí... Oh la la, C'est La Vie, Can-can, Parabrise... y Tour Eiffel". Y allí... Griezmann, Umtiti, Dembélé, Lenglet, Zidane... y Neymar. Al último lo incorporamos como assimilé, claro, pero viendo los soberbios cuartos de final entre PSG y Bayern (¡qué diferencia con el Liverpool-Madrid de ayer, parecía otro deporte!) no hay más remedio que reconocer que a una buena parte de la culerada se le puso cara de exnovia que ha visto cómo está el ganado en Tinder y quiere volver. A buen hambre no hay pan duro ni brasileño bon vivant que espante. Especialmente, si se trata del mejor atacante del mundo no ya en el uno contra uno, sino en el uno contra tres o cuatro.

El que parecía tener potencial para irse al menos de dos rivales una docena de veces por partido era Dembélé, pero en el Clásico que podía haber colocado al Barça como favorito para ganar la Liga fue de nuevo el mejor en todos los partidos excepto los que importan. Lo lógico es renovarlo, sí, pero para venderlo por más dinero y así de paso terminar de pagar su fichaje al Dortmund. Complicado que de otra forma los alemanes se planteen aceptar una oferta azulgrana por el imberbe Haaland: sería un grave error desde el punto de vista de la diversificación de riesgos.

Y hablando de graves errores: seguramente para Griezmann se acerca el final de su camino de azulgrana. Salir contra el Madrid desde el banquillo a dejar pasar un centro al área para que marque gol Mingueza hace ya muy difícilmente justificable su salario. Y de Umtiti y Lenglet qué les voy a decir. Samu es poco más que el fantasma de hace tres Navidades y Clement se ha convertido en un agujero negro, el vórtice donde se hunden las estadísticas azulgranas en cuanto a goles recibidos y penaltis señalados en contra. El sistema de tres centrales le está dando la suficiente paz de espíritu como para atraer alguna oferta de Inglaterra, y si llega habría que aprovecharla porque podría ser la única.

Otro que, como Neymar, tampoco está en el Barça y precisamente por eso terminó la semana ganando fue Zidane. El entrenador del Real Madrid dirige a una banda de música muy alejada del virtuosismo, pero tampoco es que haya necesitado mucho repertorio esta temporada para dejar a Koeman a la altura de un acordeonista callejero. Con poner a Vinícius a echar carreras desde la línea del medio campo contra el central diestro de turno y a Fede Valverde a ocupar el espacio a la espalda de Jordi Alba le ha bastado y sobrado para enchufarle cinco al eterno rival en dos encuentros. Hay mucha Liga por delante, pero eso de que el Barça afrontaba el sprint final erguido como Usain Bolt no ha pasado la reválida de ganar al menos un partido grande. 

Así que el president Laporta, además de que su primer equipo gane la Copa del Rey este sábado y, a poder ser, pelee la Liga hasta la última jornada para no empezar su mandato en franca depresión, necesita urgentemente dos cosas: algo de dinero en caja y nuevos y convincentes rostros para sus lonas. O como dicen los franchutes, faire la pluie et le beau temps.

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