Escribió el neurólogo Oliver Sacks que "incluso una sola buena relación humana puede ser una tabla de salvación cuando surgen los problemas". A eso se aferra ahora el barcelonismo, a la cercanía de que se confirme la reconducción de una relación con Messi que parecía herida de muerte. La inminente garantía de que Leo dejará un par de años más de buen fútbol y, sobre todo, un legado intachable en el Camp Nou no significa solamente el fin de una pesadilla para el culé: también es una terapia curativa. El improbable final feliz que además, como bonus track, llena de bilis el corazón de los malvados.

Pero no es solo un despertar amable lo que vivirá el barcelonismo en las próximas horas. Hay otros guindos de los que se caerá, ensoñaciones de las que saldrá inevitablemente magullado. La crisis del maldito virus ha coronado una serie de temporadas donde un pantagruélico gasto solo pudo dar como resultado un botín deportivo raquítico y, demasiado a menudo, vergonzante. Reconociendo que esa dinámica exige una disrupción severa, urge aceptar con resignación la falta de medios para acometerla. Pero cuesta.

Uno puede mirar todo el día esa columna de deuda que la nueva Junta presentó en la última asamblea, honda como la Fosa de las Marianas, y aun así soñar con el fichaje del vikingo Haaland, el enrolamiento en la causa de algunos pujantes valores eurocoperos (Olmo, Gosens, Insigne...) o la púdica modestia de una vieja guardia de muy buenos futbolistas que se comieron los 8 del Bayern cobrando las morteradas más grandes de sus carreras, luego ya se podrían conformar ahora con ganar solo un milloncejo o dos. Pero no se engañe, astuto lector: el mercado se autorregula y a usted le encontré en la calle.

También la ola de indignación provocada por un posible trueque entre Griezmann y Saúl tiene mucho de ilusoria y poco de pragmática. Llueve sobre mojado por culpa del caso Luis Suárez, claro, en el cual el Barça quedó de cornudo, apaleado y subcampeón. Sin embargo, la realidad es muy tozuda. No hay manera de vender a Antoine porque la pandemia ha arruinado a todos por igual. O lo que es lo mismo: el Rolls Royce más lujoso del mundo no vale nada si nadie tiene dinero para comprártelo, y además echarle gasolina y pagarle taller y recambios. La elección es sencilla: o lo conduces y dejas que te arruine, o lo cambias por una moto y además te ahorras la mensualidad del garaje. No será algo de lo que presumir, pero al menos podrás ir a trabajar sin comerte atascos. Y con un muchachito a punto de ganar su séptimo Balón de Oro de paquete. En esas estamos.

P.D.1: Ojo, que a lo mejor la moto viene con sidecar.
P.D.2: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana