Andaba el barcelonismo enchufado ayer al Chelsea-Real Madrid con su bol de palomitas para ver si se iba a dormir tranquilo, y desde luego el objetivo parecía fácil. No porque la eliminación blanca, que a la postre fue sumarísima, estuviera garantizada, sino porque una parte de la culerada, que incluso llegaba a referirse a quienes preferían ver a Zidane y su flor fuera de la final de Estambul como 'nuñistas recoperos', jugueteaba en su mente con la posibilidad de que los blancos se convirtieran en rivales del Manchester City. O sea, de Pep Guardiola.

Y es curioso, porque si bien es cierto que el de Santpedor tuvo al Real Madrid de hijo durante la mayor parte de sus cuatro años como entrenador del Barça, también lo es que palmó contra ellos la única final a partido único que disputó: la de Copa del Rey de 2011. Es verdad que fue un resultado fruto del odio, no del fútbol. Pero el estrafalario Profesor Mouriarty, flamante nuevo técnico de la Roma en su paulatino descenso hasta el banquillo del Málaga, y una banda de forajidos a los que Undiano Mallenco permitió de todo menos usar armas de fuego se apuntaron aquella victoria. 

¿Por qué, entonces, les parecía mejor anoche el Guardiola por conocer que lo bueno conocido? Puede aducirse que Laporta ha devuelto el optimismo a un respetable número de culés nostálgicos, y también debe admitirse que es difícil imaginar a un entrenador como Pep dejando escapar esa primera Champions fuera del Camp Nou que, sumada a sus otros 30 títulos en el banquillo, legitimaría de una vez por todas su trayectoria dentro y fuera del Barça. Pero ese atrevimiento de anoche tiene un ancla más pesada: el anhelo de que Pep vuelva a sentarse este verano en el banquillo azulgrana.

Si uno se para a pensarlo, no es tan descabellado. Podría hacerlo cerrando un ciclo en el City con la primera Champions de la historia del club sky blue, de la mano del president que le dio su primer banquillo en la élite, acompañado de Éric García y el Kun, con la misión de acomodar a Leo Messi junto a algunos trofeos más en sus últimos años de fútbol, rodeado de un bloque de capitanes que son casi todos invención suya, incluido un Sergi Roberto al que dio la alternativa en aquel 0-2 de Champions en el Bernabéu; con el reto de pulir a una estrella a la que pidió fichar en su día para el Barça, Antoine Griezmann, y al mando de varios centrocampistas jóvenes maravillosos como Pedri, De Jong o Ilaix, terreno fértil para sus enseñanzas.

El reto lo tiene todo, menos dinero de un jeque. Bueno, menos dinero en general. Pero si nos vamos a poner románticos, no voy a ser yo el que hable de herpes. Y menos cuando se cumplen diez años del 'putoamismo'.

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