No pasa un solo año desde 2011 sin que recuerde las despectivas palabras que Zlatan Ibrahimovic dedicó en su biografía al vestuario del Barça en el que jugó: "Aceptaban las órdenes de Guardiola como niños de colegio", se quejaba el virtuoso y lunático delantero sueco, ganador de cero Champions, acostumbrado a referirse a sí mismo en tercera persona y mejor futbolista del mundo solamente en su cabeza. No pocas voces se pusieron de parte de Ibra. Muchas de ellas, interesadas, claro. Guardiola recolectó mucho odio por ser un 'violinista' y un 'meacolonias', aunque yo creo que más bien a algunos les molestaba el olor de ese chorrito de perfume cayendo constantemente sobre su cabeza. 

Pero otros apoyaron a Zlatan de corazón, reivindicando su varonil osadía. ¿Acaso no puede un futbolista adulto y millonario conducir coches extravagantes, acosar a mujeres (presuntamente) en Las Vegas, forrarse el cuerpo de tatuajes, tener ocho hijos, no recordar el nombre de varios de ellos y, en líneas generales, comportarse como un gilipollas? Lo cierto es que sorprende ver cuánta gente considera eso un estilo de vida válido para un deportista de élite. Seguramente porque en el fondo les gustaría imitarlo. Me recuerda un poco a cuando alguien dice de las activistas de Femen "¡que protesten enseñando las tetas en Irán si son tan valientes!", y se nota a la legua que no las está desafiando a que demuestren su valor, sino que envidia no poder castigarlas con la crueldad con que lo harían en la infame Persia islamizada.

Por eso, para tipos tranquilos y ya cuarentones como yo, el buen rendimiento de un jugador como Lenglet es tan agradable como una manta cálida. Clément es un muchacho cumplidor, sin una triste letra gótica a la vista en la piel, que el otro día marcó un gol contra el Valladolid y no supo ni celebrarlo. Uno de esos futbolistas a los que un aficionado rival viendo a su equipo jugar contra el Barça por la tele podría referirse solamente como 'el 15'. "Joer con el 15, otra que tiramos y otra que saca". "¡Mira, 20 millones nos costó este tío y el 15 se las quita todas!". Y así. 

Busquets, Lenglet y Ansu Fati celebran el gol del francés / EFE

Busquets, Lenglet y Ansu Fati celebran el gol del francés / EFE

De nuevo, el único mérito del scouting azulgrana para descubrir a este talentoso central fue verse los partidos del Sevilla y pagar lo que pidió el club hispalense. Y que sea por muchos años. A ver a qué lateral habría puesto Pep de no fichar a Dani Alves, a qué centrocampista le hubieran encomendado tapar los agujeros en defensa del lateral brasileño que no fuera Rakitic, y qué central zurdo hubiera podido acolchar la caída del umtitismo, ese culto breve y delirante que a los culés nos malograron una rodilla tierna y unas cuantas malas decisiones de otro, por otra parte, estupendo jugador francés.

Pero Lenglet es Lenglet. Un tipo de futbolista que no abunda en los grandes equipos como el Barça: joven, trabajador, fuerte, astuto, lo suficientemente rápido como para no ser lento, tiene buena técnica, se coloca como los ángeles, posee la fiabilidad física de un camión Volvo de los 80 y no dice una palabra más alta que otra.

Por eso, el día en que se haga un tatuaje, no voy a poder evitar interpretarlo como un síntoma decadente. De que ese niño de colegio que ahora nos conmueve con sus buenas notas y su madurez insólita se nos empieza a convertir en un adolescente de ceño fruncido y hormonas galopantes. Disfrutémoslo mientras podamos.

Y sí, ya sé lo que me va a decir, astuto lector: Cristiano Ronaldo tampoco tiene ningún tatuaje. Pero oiga, ni siendo una triste mancha de tinta me interpondría yo entre un espejo y ese fulano. Por lo que pudiera pasar.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana