Hay tiempos en los que la templanza deja de ser un valor y no cabe la tibieza. En esta España del contagio, el miedo, la rabia, los féretros sin funeraria y el terrible silencio en la cola del supermercado, no queda más remedio que reescribir la mítica frase de Jorge Valdano: “El fútbol ERA lo más importante entre las cosas menos importantes”. Siempre se ha dicho que ese deporte que el Barça ha convertido en arte es una válvula de escape para mucho Juanito Currante que apechuga con jornadas sin final, chaparrones, malos modos y dolor de riñones toda la semana para aterrizar en su sofá o en el taburete del bar como un ecce homo y perderse entre las nubes por donde corretea Messi. Solamente en ese paraíso de 90 minutos, solitario o compartido con amigos, deja de pensar en si le llega para el recibo de la luz. O en la perra vida que acaba de dejar en el paro a otro ser querido. 

Teniendo en cuenta ese carácter de bálsamo, esas maneras de batalla simulada para desviar la atención del combate diario, y también el apego del corazón que nos genera, al fútbol se le ha permitido literalmente todo. Recuerden, por ejemplo, el verano de 1995, cuando Sevilla y Celta debieron haber descendido a Segunda B por no presentar los avales requeridos. Salió tanta gente a la calle en ambas ciudades que durante dos temporadas hubo una Liga de 22 equipos en lugar de los 20 habituales. Y, en el fondo, nos pareció hasta normal. Pero no se moría la gente a cientos todos los días, como ahora.

A diferencia de otros opinadores, no veo problema en cargar sobre la caja de la administración pública los ERTE del fútbol. Nada que objetar a que se soliciten para sus empleados: administrativos, utilleros, jardineros, profesionales del marketing, la comunicación y la logística, preparadores y técnicos... Un club es una empresa, y no tiene por qué no acogerse a una medida prevista en nuestro derecho laboral para casos ni la mitad de extraordinarios que el que vivimos. Vean lo que sucederá dentro de pocas semanas en Estados Unidos y entonces me cuentan si les parece una injusticia social enviar a su casa a trabajadores que de hecho no pueden trabajar cobrando el 70% del paro.

Pero los futbolistas son caso aparte. No es lo mismo en todos los equipos, pero en el Barça son multimillonarios. Todos. El club les ha ofrecido una bajada de sueldo, pero una parte de los jugadores no parece dispuesta a aceptarla. Y miren, incluso yo, que el otro día encontré 15 minutos de genuina felicidad en mi desasosegante rutina de confinamiento viendo todos los goles de Ronaldinho en Barça TV, lo tengo claro: el que no lo acepte, que se vaya. Que lo vendan. Es más, invito al club a señalar al fulano públicamente desde ya. Para que, en caso de que la directiva de Bartomeu no tenga más remedio que tragar con sus condiciones, este humilde aficionado pueda tener claro a quien dirigir su desprecio.

Porque incluso en esta tragedia que nos empapa los huesos puedo hacer propósito de empatía, de ponerme en el lugar del otro para entender su posición por muy lejana que esté a la mía. Tanto dan las estupideces que diga o lo equivocada que a mi juicio sea su concepción del mundo, del problema que nos atañe y de su posible solución. Pero lo que no puedo prometer es que no guardaré rencor eterno a los niñatos egoístas y los insolidarios. 

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana