La principal razón por la cual el Barça está tiesísimo desde hace tres semanas ya la garabateó Xavi tras la áspera victoria de su equipo en Anoeta: "Hacía años que el equipo no presionaba tras pérdida durante los 90 minutos. Físicamente lo estamos notando". Y claro, la solución más pragmática para conculcar la fatiga del largo recorrido es apresurarse en hilvanar la distancia más corta entre dos puntos. Habitualmente, la que existe entre la carrera de Dembelé y el desmarque al primer palo de Aubameyang. Así como, demasiado a menudo, la que conecta el empeine interior de Adama con el flequillo al viento de Luuk. 

Ambas son, sobre todo, un síntoma de asfixia futbolística, espasmos de pez sobre los cristales de la pecera rota. Poco más. Aunque algunos, con los bajos del Bernabéu todavía escocidos, se empeñen en ver una flaqueza de carácter. Por supuesto, el fútbol que Xavi ha desplegado en el Barça desde que llegó no son "centros a la olla", ni le ha faltado al respeto a nadie por mucho que mujan las plañideras. Pero la raquítica coyuntura que atraviesa un Barça tan mermado de vigor como de efectivos sí debería ayudarnos a reflexionar sobre el porvenir de un equipo penitente que aún debe demostrar si es capaz de resurgir de sus cenizas.

Le confieso, astuto lector, que no soy nada optimista con la configuración de la plantilla azulgrana la próxima temporada. Cada vez que doy zoom a una foto de Laporta sonriente y con la mirada ladeada al hablar de posibles fichajes, imagino de forma tan clara como si la estuviera viendo una gota de sudor culpable resbalándole desde la frente hasta la mejilla ruborizada. Si se fijan, poco a poco en el entorn hace ya algún tiempo que se dejado de hablar de Haaland y se ha empezado a hablar de créditos puente. O lo que es lo mismo, de parches. Esa es, me temo, una definición más ajustada de la realidad blaugrana.

Que Alemany es un gestor deportivo competente lo avala su trayectoria, incluyendo en ella su convulso periplo actual. Pero hay un elemento clave que Mateu echa a faltar en los despachos de Arístides Maillol: una máquina de imprimir billetes. Y, de paso, otra de triturar contratos rubricados entre directivos en continua huida hacia delante, agentes desvergonzados y bultos sospechosos. En ausencia de ambos artefactos, casi todos los informes de scouting relacionados con los mejores peloteros del continente que se intercambien entre Jordi Cruyff y el susodicho son como el que tiene un tío en Graná, que ni tiene tío ni tiene na.

Desde luego, atar a Christensen y Kessié no puede calificarse de rutilante, si acaso de aseado. Pero además es que entre todos los jugadores que deberían salir, y si se pone uno a echar cuentas pueden llegar hasta 15, más todos los que en ese caso podrían entrar, y teniendo en cuenta que seguramente la cosa se quede a medio camino entre lo primero y lo segundo, las probabilidades de que el Barça presente un equipo armado a mediados de agosto son, como poco, azarosas.

Por eso creo que Sergiño Dest es mucho más importante para el Barça ahora mismo que Dembelé. Y no me entienda mal, no me refiero a los partidos que quedan y que casi seguro el estadounidense se perderá, ni siquiera a ambos jugadores en concreto, sino a su peso específico en la confección del Barça que viene. Si la dirección deportiva no hace algo por ofrecerle a Xavi futbolistas capaces donde ahora solo dispone de medianías o ultraveteranos, da igual si consigue retener al errático Ousmane o bien se ve obligado a empeñar el balón del escudo para comprar a otro extremo desequilibrante, porque su juego cuando las piernas pesen seguirá siendo párvulo y deshuesado. Si, en cambio, se agencia algunas vigas maestras para el forjado, empezando por los dos laterales y siguiendo por el pivote defensivo, estará en mejor disposición de sacar partido a lo mejor que ya tiene en sus filas.

De hecho, no me parece para nada indeseable la renovación de Sergi Roberto, ni en términos de efectos financieros sobre el límite salarial ni como candidato a ocupar ese puesto en el lateral-interior que a Dani Alves le pilla con diez años de más y a Sergiño con diez toneladas de fútbol de menos. Pero claro, lo menos que usted me puede decir sobre esta opinión es que habló de parches el Pirata Garrapata. Y a mí solo me quedará cruzarme la rebeca y mirar al horizonte como una madre italiana en una película de Vittorio de Sica. Porca miseria.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana