Sucedió después de unas cuantas apariciones precoces en el primer equipo del Barça 2018-19. En la última pretemporada, esa época del año que produce en el corazón de cualquier aficionado un cosquilleo similar al de recibir con 6 años el catálogo de juguetes del Corte Inglés, el barcelonismo se encaprichó de Riqui Puig. Un duendecillo paticorto, a medio camino entre el media punta y el interior, con un toque suave pero emocionante, un arrojo desmedido... y, admitámoslo, más verde que los campos irlandeses. En cuanto la competición de verdad echó a andar, Valverde retiró su nombre y su flacucha figura de la marquesina. Y desde entonces el culé le guarda al Txingurri un poco más de rencor, y se pregunta qué demonios tiene que hacer un chaval de La Masía para que le den una oportunidad.

En esa abigarrada mezcla de potra e infortunio que persigue al técnico extremeño desde que llegó al Camp Nou, en esta ocasión le tocó una mano redentora. Ante las lesiones en la delantera del arranque de temporada, Valverde se sacó de la manga a dos ases de la cantera, Carles Pérez y Ansu Fati. Uno, por bregador, y el otro, por fenómeno, sacaron lustre al valor del fútbol formativo azulgrana. En una Masía de cuya última generación dorada solo quedan los (esperemos que muchos) postreros años de Messi y los machacados huesos de Busquets y Piqué, la irrupción de ambos puntas fue un chorro de vitalidad. Una bebida helada, como de anuncio de refresco, en mitad de una travesía por el desierto.

Riqui Puig tras recibir una entrada/ Depor

Riqui Puig tras recibir una entrada/ Depor

Sin embargo, al final del trago quedó un regusto amargo. Riqui Puig siguió en el Barça B, flotando sobre su tabla, alejado de la ola buena. Ahora que una docena de partidos brillantes en Segunda B lo contemplan, de vez en cuando algún periodista repara en su recuerdo desde la infinita vorágine de un primer equipo que no tiene ni un segundo para mirar nada más allá del último nombre deseado en la próxima ventana de fichajes, e incluso se atreve a preguntar por él. Eso sucedió esta semana y Patrick Kluivert respondió a los compañeros de Mundo Deportivo y Sport: "Es mejor para Riqui irse cedido, competir a un nivel diferente y que pueda volver. El Ajax sería el equipo perfecto".

La excusa: hay demasiados centrocampistas. Los datos que se omiten: uno de ellos es Arturo Vidal y a otro lo van a vender casi seguro en enero. Pero bueno, ese es otro tema. Lo importante es que el chaval ya sabe a qué atenerse. Le van a hacer un Cucurella, un Miranda, un Oriol Busquets, un Munir, un Deulofeu. Y al barcelonismo le van a hacer una putada. Porque sí, me ha leído bien antes: Riqui Puig está más verde que Irlanda. Pero es tan mágico como sus leyendas, y a cada control orientado, a cada intento de asistencia bañado en polvo de hadas, hace soñar a la afición culé con un caldero de oro al final del arcoiris.

En los últimos años, siempre recuerdo a quienes exigen demasiado de un centrocampista canterano del Barça que lo de Iván de la Peña tampoco salió bien, pero hasta su desenlace esa historia fue maravillosa. La directiva puede ignorarlo todo lo que quiera, pero el culé lo sabe: jamás podrá querer a Griezmann como podría querer a Riqui. Y, también en el fútbol, no hay fuerza más poderosa que el amor. Este en particular quizá merecería la pena cultivarlo.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana