Es un lugar común del deporte que cuando uno va primero lucha más contra sí mismo que contra sus rivales. Una vez que la extraordinaria capacidad de concentración que aporta la mentalidad de perseguidor acaba, la cabeza se despista. El vértigo se abre bajo nuestros pies y llega el error. Por eso Michael Jordan se inventaba enemigos y afrentas, y por eso el Barça no puede permitirse caer presa de la ansiedad. Especialmente en estos tiempos extraños, en que la angustia es moneda de cambio.

Por mucha tranquilidad con que haya pasado usted, astuto lector, el confinamiento contra el maldito virus, incluso sin penurias económicas, en una casa lo bastante grande, ventilada e iluminada y resignado a este necesario impasse en su vida, a estas alturas ya habrá notado que algo no va bien. Sus hijos hacen cosas raras, discute usted más de la cuenta con casi todo el mundo y se ha salido de un par de grupos de whatsapp de esos que definitivamente le sobraban en la vida. Si encima no sabe usted qué va a ser de su trabajo o de su porvenir, ni le cuento. Solo puedo mandarle un abrazo sincero. Porque esto es la nueva normalidad: la del post-trauma y el crujir de dientes.

Que sí, que nos habremos sentado ya en una terracita a echar unas cañas aliviadas, pero mucho me temo que salvo que sea usted un universitario de Letras con notable de media y ninguna tragedia familiar, seguro que cuando ha visto llegar al camarero con los guantes y la mascarilla le ha venido a la cabeza esa lúgubre sensación de que queda mucho, pero mucho por remar. La procesión va por dentro, como sucede en los despachos del Barcelona. Las cuentas de este club son muy jodidas de cuadrar. Así que olvídense de Lautaros, Neymares y Pjanics. De ventas, cesiones y trueques. Que los Barto Nois aguanten su vela. Porque ya hay calendario de Liga, y lo único que importa ahora a todo barcelonista que no tenga un balance con muchos números rojos delante es el Mallorca. Y después, el Leganés.

Tenga en cuenta que el estado de forma de cualquier equipo de Primera división en este momento es una incógnita. A lo mejor es un flan o a lo mejor te arrolla como una apisonadora. Y si el Barça se encuentra con el segundo caso en algunas de sus dos primeras jornadas post-Covid, la paletada de pánico que se les puede venir encima a la plantilla y a la culerada en pleno es curiosa. No hay mayor rival ni peor momento, porque además el horror vacui de las gradas vacías puede multiplicar su efecto. El único consejo que puedo darle: quítele el sonido a la tele, póngase la Novena de Beethoven... y que sea lo que Messi quiera.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana