Tras una llegada, ahora sí, con muchos números de confirmarse, la de Kylian Mbappé para el Real Madrid, no hay la necesidad de hacer paralelismos absurdos. Si históricamente, la prensa ha especulado con fichajes inimaginables que solamente han servido para llenar portadas, ahora los medios deberían ser más cautos. Y la razón tiene una lógica aplastante: ¿cómo se puede hablar de fichajes del Barça si los jugadores que pueden venir ni tan siquiera conocen a su futuro entrenador? Y todavía más surrealista parece para la cabeza de un jugador llegar a un club donde las funciones orgánicas están tan poco definidas. 
Por eso es tan importante no actuar al dictado de ciertas campañas mediáticas que salen del propio aspersor azulgrana, desde el entorno hasta las propias entrañas del mismo club, para no seguir haciendo más el ridículo.
Pero si hablamos de fichajes, también es interesante hablar de salidas. ¿Quién está dispuesto a pagar fichas tan altas como las que, ahora mismo, tienen Frenkie de Jong o Robert Lewandowski? Tan importante es levantar teléfonos en el periodismo, como razonar un poco cuando nos llegan especulaciones que míseramente buscan que seamos cotorras de repetición sin filtrar mínimamente el mensaje.
Parece imposible encontrar a algún club que pague los 32 kilos que firmó Lewandowski para la próxima temporada. O que a Ferran Torres se lo puedan sacar, en paralelo a un pago en diferido que todavía se está ejecutando a día de hoy pese a sus casi tres temporadas que ya lleva en el FC Barcelona. O que haya algún equipo dispuesto a pagar 80 kilos por De Jong. Y los jugadores, que no son tontos, ven que vivir en Barcelona es un chollo.
Además, últimamente, los futbolistas han perdido la vergüenza y ya no tan siquiera les importa seguir haciendo el ridículo ante el Villarreal, el Granada o el Celta de Vigo. Es curioso porque estos tres ejemplos responden a una derrota, un empate y una victoria azulgrana. Pero en todos los casos, el Barcelona es el de siempre: un equipo sin solución posible, donde los jugadores han perdido el sentido del ridículo, el entrenador busca no seguir manchando su currículum y la presidencia piensa en quién encontrar para seguir teniendo un escudo antibalas.
Ante este panorama, me resulta demasiado difícil creer que algún jugador confíe en este proyecto. Solo se salva el club como entidad, pero veremos si la marca también ha perdido demasiado fuelle ya.