Un club de fútbol como el Barça está obligado a vivir en evolución permanente. Necesita cambios que lo mantengan en primera línea, y no sólo está necesitado de renovar su plantilla, también debe modernizar sus estructuras, tanto materiales como las meramente simbólicas. El Barça gusta y es admirado en el mundo por ser un club diferente. Si el Barça tiene hoy el liderazgo en redes sociales y es una de las primeras entidades en venta de camisetas, con un presupuesto que se aproxima a los 1.000 millones de euros, es porque sencillamente está vivo.

Muchas entidades y aficiones sienten envidia y desearían hacer las cosas como las hace el Barça. Aspiran a elegir sus mandatarios, sueñan con participar en todas las decisiones importantes del club y maldicen la hora en que sus equipos cayeron en manos del dinero del petróleo o de cualquier multimillonario.

En este sentido llama la atención que una parte del barcelonismo haya puesto el grito en el cielo ante el anuncio del club de modificar el escudo de la entidad. No es malo, sino todo lo contrario, que entre la afición se genere un debate por muy simple que sea el tema. Eso hace más grande al Barça. Pero hay que entender que los que dirigen la entidad están obligados a plantear renovaciones constantes por muchas críticas que provoquen sus planteamientos.

No recuerdo debate por el décimo cambio que se hizo al escudo hace 16 años. Pero tampoco recuerdo que la directiva de ese momento anunciara las modificaciones y las sometiera a votación en la asamblea de compromisarios, como si es el caso de la próxima variación. Y eso también hace más grande a la entidad.

Todos los clubs del mundo, incluido hasta nuestro admirado Ajax de Amsterdam o el reciente novio platónico de muchos culés, el Manchester City, han cambiado sus símbolos en varias ocasiones y no han perdido una pizca de identidad.

No nos neguemos a la renovación de los símbolos, uno no ama a un club porque nos gustan las letras que lleva en el escudo. El amor a un club se expresa en un conjunto de razones poderosas, como por ejemplo en sentirse orgulloso de que ese cambio sea sometido a votación.